lunes, 28 de octubre de 2013

Sucinta declaración de amor a José Eduardo Agualusa

Hay veces, no muchas veces, que uno se tropieza con un autor con el que se siente tan a gusto que piensa, “si yo fuera escritor, me gustaría escribir así”. La mayoría de las veces, con la mayoría de escritores, uno se siento de diferente manera: este me gusta, este no me gusta, a este lo detesto, este estilo se asemeja a lo que yo me siento capaz de hacer, este otro, hasta es malo con respecto al mío, el de más allá es simplemente perfecto. Pero no siente uno aquello, aquella familiaridad, aquel reconocerse a sí mismo en lo que está leyendo, en la historia que se cuenta, en la manera de contarla, en el vocabulario y las expresiones utilizadas, hasta en la ligera melancolía que se destila. Si yo fuera escritor, me gustaría ser José Eduardo Agualusa, pero no me importa no serlo, porque ya lo es Jose Eduardo Agualusa. De otros escritores siento envidia, quisiera llegar a perpetrar historias con la facilidad y la paciencia y el trabajo con que un García Márquez o un Cortázar, un Pynchon o un John Irving, un Joyce o un Roberto Arlt perpetraron las suyas. Y me siento frustrado por no sentirme capaz de ello. Pero con Agualusa no me siento así. Con Agualusa siento que todo está bien, que él haya escrito estas historias y que yo sea el que las lea, y que muy bien podía haber sido al revés, pero que eso no importa demasiado. Me siento cómodo con Agualusa; en casa. Gracias tío.


No hay comentarios:

Publicar un comentario