martes, 31 de enero de 2012

Una mariposa, tal vez

Todos los que entraron en un bar de la calle Obispo Rama, en el barrio del Cementerio de nuestra ciudad, entre la ocho de la mañana y las ocho de la noche del día veinticuatro de noviembre del año 2010, murieron en el curso del mes siguiente. Ninguno llegó a ver el año nuevo.

El primero fue el viejito medio ciego que vende cupones junto a la puerta del bar.

Lo acompañaba cada mañana una hija para ayudarle a instalar el puesto. Cuando la hija se marchaba el viejito se metía en el bar y se tomaba un carajillo con mucha cazalla, lo que le traía recuerdos de juventud, de cuando trabajaba en el camión para la Bonny.

Un accidente le afectó la vista y ya no volvieron a contratarlo.

Estuvo dando tumbos por los bares hasta que la hija, con mucho cariño y obstinación, logró recuperarlo de su abandono, y más tarde le consiguió un puesto de vendedor en la ONCE.

Hace veinte años que se aposta en el lateral de la puerta del bar y todos lo conocen en el barrio. Apenas ha dado uno o dos premios pequeños en ese tiempo, pero tiene hecha una clientela fija entre los asiduos al bar y los que pasan de largo hacia el mercado que está mitad de la calle.

En la puerta del mercado hay una señora, también con ceguera parcial, que le hace la competencia. Cada semana tienen serios enfrentamientos, con denuncias por medio en la Organización, que no termina de resolver cuales son los límites de las zonas de distribución asignadas a cada uno.

Esa mañana del veinticuatro de noviembre, una enorme mariposa de muchos colores se posó en el tinglado del viejo. El vió la sombra brillante y alargó la mano en un impulso precipitado que tiró al suelo todo el entramado. Sin embargo el viejo no hizo caso del estropicio; se levantó, pero para seguir la sombra que volaba dando saltitos en el aire en dirección a la calzada.

El viejo estaba como hipnotizado y el conductor del autobús venía sumido en la rutina del trayecto matutino prácticamente sin obstáculos. Prácticamente sin obstáculos cada mañana a esa hora tan temprana. Tan temprana.

miércoles, 25 de enero de 2012

Funeral

Foto A.Quintana



Preparo mi funeral                                                                     cuidadosamente:                                                                                                                                    
Redacto un epitafio                                                                   
que mienta sobre mí.   
Escribo poemas tristes                                                              
de abandono y muerte.
Me despido de todo                                                              
lo que aún no he sido.                                                               
Y rememoro momentos                                                      
en los que fui feliz.                                                                   
                                                                                                  
Preparo mi funeral                                                                       
porque ya estoy muerto.                                                                
Porque todo cuanto esperaba
no se cumplió.
Porque el tiempo se me echa encima
no tengo esperanza.
Porque se oculta el sol,
viene la noche, morirá tu amor.

lunes, 23 de enero de 2012

Juraría que yo ya he dicho esto (Mismo personaje)

“Pero hay más. Toda la gente me cree un hombre misterioso. Pero no vivo… no tengo amantes… desaparezco… nadie sabe de mí… ¡Engaño! ¡Engaño! Mi vida es, por el contrario, una vida sin secretos. O mejor, su secreto consiste, precisamente, en no tenerlos.
Está mi vida libre de extrañezas, y sin embargo es una vida extraña – mas de una extrañeza a la inversa. Con respecto a su singularidades, se limitan, no a contener elementos que no se encuentran en las vidas normales – sino a no contener ninguno de los elementos comunes a todas las vidas. Es por eso que nunca me sucede nada. Ni siquiera lo que le sucede a todo el mundo. ¿Me comprende?”
(La confesión de Lúcio, Mário de Sá-Carneiro)

Me encanta este tipo, Ricardo de Loureiro, personaje de Mário de Sá-Carneiro en La confesión de Lúcio

“Mi sufrimiento moral, aunque sin razones, va aumentando tanto, tanto, estos días, que hoy siento mi alma físicamente. ¡Ah! ¡Es horrible! Mi alma no se angustia apenas, mi alma sangra. Los dolores morales se me transforman en verdaderos dolores físicos, en dolores horribles, que siento materialmente – no en mi cuerpo, sino en mi espíritu. Es muy difícil, es cierto, hacer comprender esto a alguien. Sin embargo, créame; le juro que es así. Es por eso que le decía la otra noche que sentía mi alma estremecida. ¡Sí, mi pobre alma anda muerta de sueño, y no la dejan dormir – tiene frío y no la sé abrigar! ¡Se me endurece toda, toda!, se secó, se me anquilosó; de manera que moverla, (esto es, pensar) me hace hoy sufrir terribles dolores. ¡Y cuando más endurece mi alma, más tengo ansias de pensar! ¡Un torbellino de ideas (¡locas ideas!) me impulsa a descoyuntarla, quebrarla, rasgarla, en un martirio alucinante! Hasta que un día (¡oh! es fatal) se me partirá, romperá en astillas… ¡Mi pobre alma! ¡Mi pobre alma!”

En estas ocasiones, los ojos de Ricardo se cubrían de un velo de luz. No brillaban: se cubrían de un velo de luz. Era muy extraño, pero era así.

viernes, 20 de enero de 2012

Ricardo de Loureiro. Un personaje de Mário de Sá-Carneiro en La confesión de Lúcio habla de sí mismo.

-¡Ah, mi querido Lúcio, créame! Nada me encanta ya; todo me aburre, me da náuseas. Mis propios raros entusiasmos, si me acuerdo de ellos, después que se desinflan, al valorarlos, los encuentro tan mezquinos, tan de pacotilla… ¿Sabe? En otro tiempo, de noche, en mi cama, antes de dormir, me ponía a divagar. Y era feliz por momentos, entresoñando la gloria, el amor, los éxtasis… Pero hoy ya no sé con qué sueños robustecerme. Encastillé los mayores… los echo de menos: son siempre los mismos – y es imposible hallar otros… Después, no me sacian apenas las cosas que poseo – me aburren también las que no tengo, porque en la vida, como en los sueños, son siempre las mismas. Por lo demás, si a veces puedo sufrir por no poseer ciertas cosas que no conozco enteramente, la verdad es que, profundizando mejor, pronto averiguo esto: Dios Mío, si las tuviera, aún sería mayor mi dolor, o mi tedio… De manera que gastar tiempo es hoy el único fin de mi existencia desierta. Si viajo – si vivo, en una palabra, créame: es sólo para consumir instantes. Pero dentro de poco (ya lo presiento) ni siquiera esto me saciará. ¿Y qué hacer entonces? No lo sé… no lo se… ¡Ah!, qué amargura infinita…

de La confesión de Lucio, de Mário de Sá-Carneiro

Pero todas estas maravillas – de perversidad increíble, era cierto – no nos excitaban físicamente deseos lúbricos y bestiales: antes, nos provocaban un ansia de alma, ardiente y, al mismo tiempo, suave, extraordinaria, deliciosa.
/../
Sin embargo nada era comparado con la última visión:
Se volvían más densas las luces, más agudas y penetrantes, cayendo, ahora, en cascadas, de lo alto de la cúpula –y el telón se rasgó sobre un ambiente asiático… Al son de una música pesada, ronca, lejana – ella surgió, la mujer de humo…

Y comenzó danzando...

La envolvía una túnica blanca, listada de amarillo. Cabellos sueltos, locamente. Joyas fantásticas en las manos; y los pies descalzos, constelados…

¡Ay!, como expresar sus pasos silenciosos, húmedos, fríos de cristal; o el tremor de su carne ondeando; el alcohol de sus labios que, en un refinamiento, ella dorara – toda la harmonía desvanecida de sus gestos; todo el horizonte difuso que en sus giros suscitaba, nevadamente… Entretanto, al fondo, en un altar misterioso, el fuego se encendía…
Lentamente la túnica se le va resbalando, hasta que, en un éxtasis sofocante, sozobra a sus piés…

¡Ah!, en ese momento, frente a la maravilla que nos brindó, nadie pudo contener un grito de asombro… Quimérico y desnudo, su cuerpo estilizado se erguía litúrgico entre mil cintilaciones irreales.

Como los labios, las puntas de los senos y el sexo estaban dorados – de un oro pálido, enfermizo. Y toda ella serpenteaba en misticismo escarlata queriéndose entregar al fuego… Más el fuego la repelía… Entonces, en una última perversidad, de nuevo tomó los velos y se cubrió, dejando apenas desnudo el sexo áureo – terrible flor de carne estremecida de agonías magenta…

Vencedora, todo fue luz sobre ella...

Y, otra vez desvestida – ardiente y feroz, saltaba ahora por entre las llamas, rasgándolas: enmarañando, poseyendo todo el fuego borracho que la ceñía.

Mas, finalmente, saciada tras extrañas epilepsias, en un salto prodigioso, como un meteoro –rojo meteoro- ella vino a caer en el lago que mil lámparas ocultas teñían de azul ceniza.

Entonces fue la apoteosis:

Toda el agua azul, al recibirla, se volvió roja de brasas, ondulante, ardiente por su carne que el fuego penetrara… En un ansia de extinguirse, poseída, la fiera desnuda se sumergió… Mas, cuanto más se abismaba, más era luz a su alrededor…

…Hasta que, por fin, misteriosamente, el fuego se apagó en oro, y, muerto, su cuerpo flotó, heráldico, sobre las aguas doradas, tranquilas, muertas también…

jueves, 19 de enero de 2012

Juntacadáveres

Juntacadáveres
J.C.Onetti

¿A qué no sabes por qué le llaman Juntacadáveres? Pues porque Larsen, ese es su nombre oficial, era proxeneta de un montón de prostitutas “viejas”. Por eso. La vocación de Larsen es montar un prostíbulo. Todos tenemos, dicen, una vocación, unos la han descubierto ya y a otros nos iluminará el remordimiento el último segundo de nuestra vida, y esa era la de Larsen. Por eso acabó en Santa María. Esperó un año y perdió la esperanza, pero al final montó el prostíbulo, una casa celeste junto a la costa. La cosa no duró mucho, las fuerzas de la castidad y la decencia se confabularon para acabar con ese foco de inmoralidad: “queremos novios y maridos castos y sanos”. Y al final los expulsaron. ¿Es todo verdad o una invención de Díaz Grey, como le acusa Jorge?, no lo sabemos.
Todo esto no importa. Si crees que es posible destripar un libro de Onetti sin leerlo es que nunca has leído a Onetti y probablemente no mereces leerlo. Lo acabarás tirando a la papelera. Lo que importa de Onetti es su prosa. Son sus frases demoledoras. Es la sensación de desolación esa que te comunica. Eso es lo que vas a encontrar si lees con atención y despacito cada frase, como chupando un caramelo, sin masticarlo.
Otra cosa. De Onetti no se sale vivo. En realidad a Onetti no se llega vivo. Ya estás muerto cuando llegas a Onetti. Ya sabes que eres un personaje de Onetti y por eso sigues leyendo. Y cuando lo terminas, ya sabes qué va a ser de tu vida: nada. Y que seguirás viviendo por inercia. A ver qué pasa después. Lo único bueno que tienen los libros de Onetti para la vida es que se acaban y gracias a dios podemos olvidarlos. Pero luego hay otros. Porque Larsen volvió a Santa María para hacer fortuna en otra fracasable ambición, casarse con la hija de Petrus, el dueño del Astillero. Y antes de eso, antes de esto, Díaz Grey había disfrutado de una Vida Breve gracias a Brausen. En fin, que nada ha terminado ni ha empezado aquí. Ya lo dije, nada.

No hablé de Julita y Jorge. No quiero manchar de mis palabras todo eso.

“No hubo Federico, no está el mundo, no hay Santa María. Todo lo que veas fuera de aquí es mentira, todo lo que toques. Y hasta lo que pienses fuera de aquí y lo que pienses estando aquí y que no tenga relación conmigo. Con esto. Contigo y conmigo. Con este cuarto.”

“Vuelvo a besarla rozándola apenas para conservar su sueño, su ausencia, la postura impúdica y abandonada…”

“Sólo ella podía ver cómo me alejaba para bajar, sin remedio, hacia un mundo normal y astuto cuya baba nunca se acercó a nosotros. Julita y yo, desde ahora yo solo, soportándola, por fin, honradamente, de veras”

Desesperación y sosiego

Desesperación y sosiego, ese es mi mar
navego en él buscando un naufragio
una isla desierta donde descansar
y reconstruir con los maltrechos restos
la vida que no he comenzado a vivir

martes, 17 de enero de 2012

Conversión

“Y bien, amigos, ya vislumbro el final de esta terrible crisis emocional que he atravesado. Adivino el gesto de sorpresa en vuestras caras, pues espero haber sabido ocultar a vuestra preocupación los graves momentos por los que he pasado. Momentos, ahora me atrevo a confesar, que me llevaron hasta el límite más extremo que un hombre puede llegar, hasta el borde mismo del precipicio. Y es allí, justo en el borde, donde, para mi salvación y la salvación de mi alma, he recibido el hálito inspirador de Jesucristo. En ese momento en que dudaba si abandonar este mundo para dejar de sufrir, aunque con ello, causara tanto dolor a los que me quieren, entre lo que os incluyo a todos los que me leéis, en ese mismo momento algo me impidió tomar el último aliento y sumergirme en la oscuridad. Y no fue el miedo, no, no fue, por una vez en mi vida, la cobardía, la que me impidió tomar una decisión que cambiara el torcido rumbo de mis pasos, sino el amor. Y por una vez esta omisión me llevó hacia el camino correcto: el Amor de Jesucristo que me ha hecho comprender que toda mi vida ha sido un error y que, en el poco tiempo que me queda, debo enmendarlo dedicándolo a rescatar de la oscuridad y la miseria espiritual a todos cuantos aún seguís sufriendo por desconocer el camino.
No soy un profeta, no soy un enviado, soy un humilde servidor del Señor que pondrá todo su empeño en corregir su vida para que cuando me llege, según Su decisión, el gran momento, pueda dar con serenidad el ultimo suspiro y decir con gozo: me entrego a ti señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”
UNO
Nuestro amigo Riforfo había pasado por una terrible época, es verdad. Según él mismo nos confirmó estuvo a punto de tirarse por el Roque Faneque en un último gesto de muerte y belleza. Fue mientras estaba sentado allí, despidiéndose, según sus palabras, cuando advirtió la presencia de un libro tirado a unos metros de él, medio oculto entre la hierba. Era una Biblia. No estaba demasiado deteriorada, pudimos verla muchas veces, porque desde entonces nunca se desprendió de ella. La abrió por cualquier parte y se encontró con un pasaje que le pareció tan impactante que le transformó completamente.

“Este vio claramente, en una visión, como, a la hora novena del día, un Ángel de Dios entraba adónde él estaba y le decía: Cornelio”

No sé qué demonios pudo descubrir en esa sentencia que le afectara tanto. Algo nos dijo sobre que sabía que su mujer, desde hacía un tiempo, le ponía los cuernos. En fin, supongo que estaba predispuesto para dejarse convencer con cualquier excusa de no tirarase. El caso es que recogió la nota de suicidio que pensaba dejar detrás:

“ADIOS, A TOMAR POR CULO”

y la usó como marcador de la página que contenía aquella cita. Se incorporó llorando de felicidad por su renacimiento y regresó al coche. Había tirado las llaves, que no pensaba volver a utilizar nunca más, y estuvo buscándolas hasta que casi se hizo de noche, pero al fin las halló y regresó a casa. Maldita la hora.

A partir de ese momento no dejó de darnos la lata a todos sus amigos, a su mujer, al perro, al que llevó a bendecir a la iglesia de San Agustín, de que debíamos abandonar nuestra senda de tribulaciones y abrazar el Amor de Jesucristo. Desgraciadamente, no se unió a ninguna cofradía, y al menos en eso conservaba su individualismo, sino que, a cambio, pretendía formar una propia con sus amigos y familiares, incluyendo al perro.

Al principio le huíamos. Su mujer se trasladó a la casa del amante y hasta el perro se escapaba solo al parque y se iba detrás de cualquiera que le pareciera buen candidato como amo. Volvía cada noche a casa con el rabo entre las piernas, signo máximo de desolación, porque ese perro ha tenido siempre un rabo en forma de tirabuzón que se le enredaba por encima del culo dándole un aspecto simpático y feliz. Entraba con la cabeza gacha y se dejaba atrapar por el amo, que se pasaba largas horas leyéndole el Apocalipsis o las cartas de Pablo.

La mujer también tuvo que regresar porque el amante no sorportaba que Riforfo los visitara y los aleccionara para que confirmasen su amor ante Dios, que él la cedía de buen grado porque la felicidad de ella era más importante que … blablabla.

En cuanto a nosotros. Dejamos de vernos los jueves para no tener que invitarle y nos fuimos distanciando unos de otros. Lo que no le impidió ir uno por uno a vernos y, abusando de nuestra consideración por la vieja amistad que nos unía, darnos la tabarra con la necesidad de recuperar el control de nuestras vidas en el puñetero Amor de Jesucristo de los cojones.

DOS
Aguantamos todo esto un año, pero llegó un momento en que no pudimos más. El hartazgo fue coincidentalmente espontáneo. Un día decidimos convocar una reunión para hablar del asunto y, casualmente, el lugar que elegimos para confabular era el que la mujer de Riforfo utilizaba para ocultarse de él y dedicarse a la única afición que le permitía soportar la compañía de aquel insoportable resucitado: la bebida.

En aquella reunión se decidió todo. Después de darnos prisa por alcancar a la mujer de Riforfo, que no regresaba nunca a casa sin asegurarse de que al menos iba a tener dificultades para introducir la llave en la cerradura, nos pusimos a discutir sobre lo que más nos preocupaba en aquel momento. Riforfo y su campaña evangélica había más que saturado la paciencia de todos nosotros. Durante la época de su depresión ya fue bastante duro para nosotros, que nos turnábamos para hacerle compañía y darle conversación que lo distrajera de sus lúgubres pensamientos sobre la inutilidad de su vida y la incapacidad que sentía para retomar el rumbo de ella. Cuando desapareció todos nos alarmamos porque nos temíamos que cometería una locura, pero lo cierto es que no revolvimos cielo y tierra para buscarlo y evitar que tomara la decisión fatal. Decidimos que estaba en su derecho de corregir su vida como mejor le viniera en gana y ya estabamos un poquito hasta los cojones de su pesimismo que iba a terminar por contagiarnos a todos.

Su regreso, y ya estabamos todos con el mismo nivel de conciencia para admitirlo sin falsas excusas, nos desanimó bastante, pero su recien adquirida vitalidad mística y sobre todo su incansable proselitismo ciego colmaba hasta mucho más arriba de sus límites el crédito de paciencia que nuestra ya larga amistad le concedía.

No sé cual de nosotros sugirió que más nos hubiera valido leer aquella triste y lacónica nota de despedida, en lugar de su sorprendente primer post de salutación a su nueva vida. Y convinimos en que ciertamente Riforfo estaba viviendo de más, que había apurado excesivamente el crédito de su vida y que estaba viviendo del afecto prestado a un interés excesivamente bajo para encontrar alguna compensación por parte de los acreedores, es decir, nosotros.(Siento esta rebuscada perífrasis económica, son los tiempos)
En resumen, decidimos cumplir el destino que tenía designado y que por una fractura del espacio tiempo o un subterfugio de su sempiterna cobardía, él no había sabido cumplir.

Así que a partir de entonces empezamos a mostrarnos más sumisos con él. Aceptábamos escuchar sus largas peroratas moralizantes y no menos tediosas sesiones de lecturas de los evangelios. Eso nos animó un poco y hasta discutíamos sobre diferentes aspectos de la vida de Jesús y las contradicciones que con sus enseñanzas mantenía la Iglesia.

La Biblia resulta un librito muy interesante cuando se lo lee desde una perspectiva meramente literaria y acaba uno meditando sobre los errores de la propia vida y de la sociedad. A mí personalmente me cautivó el comportamiento esencialmente anti económico de las enseñanzas de Jesús, la entrega al otro que él propone sin esperar contraprestaciones, el desasimiento de las férreas tradiciones que contradicen la esencial naturaleza del hombre. En fin, nos vimos entregados a sus enseñanzas y hasta aceptamos comprarnos una túnica blanca para simbolizar el abandono de las posesiones materiales.

Le propusimos al cabo de unas semanas que tuvieramos una reunión de oración en el lugar en el que recibió la iluminación, en pleno campo, como hacían los gnósticos de las primeras disensiones heréticas allás por los siglos iniciales de la era cristiana. Y allá que nos fuimos un domingo a Tamadaba, al Roque Faneque, a saludar al sol.

Aprovechamos la furgoneta de reparto de uno de nosotros, y todos juntos, incluyendo al perro que asumió su complicidad con extrema alegría, nos dirigimos hacia la montaña.

Aparcamos a una cierta distancia del lugar e hicimos el trayecto campestre hablando animadamente, Riforfo el más ilusionado por ver cumplidos sus propósitos de nuevo profeta con tanta celeridad, el perro saltando y persiguiendo algún conejo que nuestra presencia espantaba. Al llegar al lugar, fingimos orar silenciosamente y en cuanto lo vimos completamente abstraido, lo levantamos entre todos, lo desnudamos y lo lanzamos por el precipicio, cuidando de que no se fuera con él la sagrada biblia que había hallado en aquel mismo lugar. Luego colocamos sus ropas, que habíamos traído sin que él lo advirtiera, amontonadas al borde del precipicio y sobre las ropas pusimos, debajo de una piedra para que no echara a volar, su nota de suicidio, aquella que hacía de marcador en la página de la cita, incomprensible, que le había transformado.

Habíamos cumplido su designio. Todo quedaba como continuación de aquel fatídico día que no se cumplió. Ahora el universo retomaba su camino tras aquella breve digresión. Su mujer iba llorando todo el camino y nosotros apenas podíamos contener las lágrimas que verteríamos cuando nos fuese comunicado el suicidio de nuestro amigo, que, considerábamos, por otra parte, inevitable desde hacía ya algún tiempo.

Retomamos las citas de los jueves, apenados por su ausencia. Aún lo recordamos en nuestras tertulias, su humor inclasificable, sus momentos de silencio, sobre todo sus escritos que aún siguen colgados en el blog, del cual hemos eliminado – todos conocíamos sus claves – aquel último post que, quién sabe cómo, algún hacker había conseguido insertar.

EPILOGO
El perro anda entristecido por la ausencia del amo. Cada mañana espera a que le ponga la correa y lo saque a pasear como solía antes de aquel fatídico día. Costumbre que no retomó en su etapa mística y durante la cual el perro procuraba esconderse a su mirada. Es como si al perro se hubieran borrado de la memoria aquellos meses durante los cuales su amo renació, equivocadamente, a otro ser que no era él.

jueves, 12 de enero de 2012

En el País de Oz


Llegaste a mí como al País de Oz
y reuniste mis tres partes mancadas.
Juntos andamos el Camino de las Baldosas Amarillas
y a tu lado descubrí el valor,
la inteligencia,
y el amor.
Después te marchaste con el mago.
Yo me quedé solo en aquel país de mierda,
-odiándote-
lleno de estúpidos vestidos de colores.
Odiándote
por haberme dado valor en un mundo sin aventuras,
por haberme dado inteligencia en un mundo imbécil,
por haberme dado amor en un mundo sin ti

lunes, 9 de enero de 2012

Entrevista al autor de culto Riforfo Rex

Entrevistamos al autor de culto Riforfo Rex, el cual, a pesar de llevar años publicando gratuitamente en la red unos textos indescriptibles, inescrutables, a veces, y en muchas ocasiones ilegibles, no ha conseguido reunir en torno a su site un selecto grupo de admiradores.
INTERVIEWER: ¿Puedo tutearte?
RIFORFO REX: No
I: Pues a tomar por culo, porque yo no ustedeo a nadie, que lo sepas.
RR: Pues entonces sí
I: La primera pregunta es obligada. ¿Quién invita a las cervezas?
RR: Yo creía que tú, como entrevistador…
I: Una mierda. Yo lo pongo todo, el micrófono, las preguntas, ¡pon tú algo, joder!
RR: De acuerdo, yo pago las cervezas, pero no alargues mucho la entrevista, que no ando muy
I: Y unas aceitunas
RR: Vaaaale, y unas aceitunas. ¿Empezamos ya?
I: Espérate que no sé como funciona esto, a ver… grabando, creo que ya estamos grabando. A ver, la primera pregunta es obligada: Riforfo, siendo un autor de culto, ¿por qué no te has suicidado ya?
RR:Lo sé, lo sé, se me va pasando la edad, lo he pensado muchas veces…
I: Pero lo vas alargando, así no hay manera de entrar en el mito, permíteme…
RR: Esperaba a tener un poco de éxito, algo que llevarme a la tumba, entiéndeme, mujeres, sexo, drogas, a consecuencia de la fama
I: Tu último gran éxito, “¡Oh, Dios!”, ¿te ha reportado algún merecimiento?
RR: Una de las monjitas del convento de la Concepción me escupió a la cara, y otra, bajita, que iba con ella, me dio un cabezazo en los huevos. Oye, me encantó descubrir que leen mi blog.
I: ¿Y?
RR: … bueno, a consecuencia de la caída me encontré una moneda de diez céntimos.
I: Para que luego digan que la literatura no paga
RR: Noto cierta ironía, ¿cuánto le van a pagar a usted por esta entrevista?
I: Yo no busco los oropeles, mi intención es la de documentar nuestro tiempo. Vivimos tiempos de cambio, tú como artista deberías darte cuenta, pero comprendo…
RR: ¿Otra?
I: vale
RR: ¿No tienes más preguntas?
I: Si, espera, que busque. Aquí. ¿Por qué no te dedicas a la poesía? Es más productivo.
RR: Ya lo hago, he escrito un montón de buenos poemas.
I: ¡Ah! Perdona. La chica de Documentación es nueva.
RR: No hay de qué
I: ¿Piensas que el arte es una forma de comunicación o simplemente escribes porque te aburres?
RR: No, para nada. Me cuesta mucho escribir. Sufro cada palabra. Sangro, lucho, pervivo. Es muy dura la labor de un artista gráfico. Tienes que pensar todo el rato, buscar en el diccionario, mirar a la gente y sacar conclusiones. Ando por ahí todo el día en calzoncillos fumando y bebiendo. Hace tres días que no como. Sin olvidar lo otro, que tampoco
I: ¿Artista gráfico?
RR: No, no me gusta el arte gráfico. Tenía un primo que se dedicaba a eso y ligaba más que yo. Y el tío no era guapo ni nada, pero se las llevaba de calle. Los artistas gráficos son unos esnobs.
I: Pero tú has dicho…
RR: ¿Otra?
I: Vale
RR: ¿Más aceitunas?
I: Y si pedimos algo con más fundamento, he visto garbanzos en la carta.
RR: Sí, aquí son muy guarros. Si vamos a comer prefiero ir a otro sitio.
I: Pero acabemos con esto antes. ¿Para cuando una publicación?
RR: Mira, yo soy un artista libre, quiero despojarme de toda recompensa por mi arte, ¿me entiendes?, eso me mantiene libre, sin ataduras para crear. Una publicación me condicionaría. Sí, me daría éxito, fama, prestigio, reputación. Estoy seguro de que follaría más, pero ¿quién quiere eso, eh, quien? Por no hablar de lo que corrompe el dinero.
I: Si, por no hablar de eso. Entonces eres algo así como un santo de las letras una especie de profeta de la maldición.
RR: Aspiro a algo más que fama dinero y putas, ¿me entiendes? Aspiro a estar sentado a la derecha de Cervantes, para que no me meta mano.
I: Era la izquierda, la mano mala.
RR: Pues me cambio de lado. Claro, tenía que ser la izquierda, si no cómo hubiera podido escribir un libro tan gordo.
I: Elemental.
RR: Mira a esos grandes artistas, Walser, Whitman, Wells
I: Sí, los miro, y qué
RR: Todos empiezan por dobleuve
I: Pues es cierto, no había reparado en ello.
RR: Pues eso. Ahí los tienes.
I: Pero tú, ¿hasta dónde quieres llegar, cual es tu objetivo?
RR: La obra total. No sé si me entiendes. Quiero escribir la obra total. La obra cuya lectura compense de todas las cantidades de mierda que mi lector se ha tragado hasta llegar a ella y le ahorre todas las cantidades de mierda que tendría que seguir leyendo si no hubiera leído mi obra.
I: ¿Solo piensas tener un lector?
RR: Bueno… la verdad es que no había pensado en ello.
I: Pero has dicho: “mi lector”. Oye, que no digo nada, la edición te va a salir más barata.
RR: Visto así.
I: ¿Y ya sabes quién va a ser? Quiero decir, tu lector. ¿Harás un casting o algo así para elegirlo?
RR: Bueno, primero quiero escribir la obra, después ya me ocuparé de eso. La creación es lo primero.
I: Pero ¿ya has empezado? ¿Cómo va?
RR: Está en marcha, porque también es una obra en progreso y en proceso, ¿me entiendes? Nunca se puede saber el estado en que se encuentra, como el rollo ese de los electrones o las partículas. Si la observas, la perturbas por eso nunca la miro directamente a los ojos, escribo de lado.
I: Sí, háblame de eso. ¿Cómo escribes, cómo te inspiras para crear?
RR: No tengo una técnica, no sigo un patrón. No quiero repetirme. Verás, cada obra tiene su manantial. Por ejemplo: “¡Oh, Dios!”, la concebí mientras viajaba en guagua. Había unas chicas en animada conversación hablando de telenovelas. Había una con unos muslos impresionantes, impresionantes, ya te digo. Y la otra, bajita y simpática, que era la que más hablaba, me sonrió porque me pilló mirándole el escote. De pronto, me sobrevino el éxtasis, como le pasaba a Pablo de Tarso y me puse a escribir. Allí mismo. Luego no comprendí nada de lo que había escrito porque con el movimiento de la guagua y mi mala letra los trazos se revolvían unos con otros, pero eso da igual, la obra ya estaba concebida y crecía en el útero de la imaginación. Al llegar a casa, la escribí de un tirón.
I: Oye, he perdido casi todo lo que me has dicho porque se ha gastado la cinta. Tengo que darle la vuelta. Pide otra mientras lo hago y me repites todo, que estaba interesante
RR: Todo qué. Ya ni me acuerdo.
I: Bueno, da igual, ya relleno yo en la trascripción. Dime ¿No piensas que al escribir en blogs, te limita la creatividad?
RR: ¿Limitarme? No, para nada. Nada me limita porque tengo libertad interior. Pero claro, tengo que concentrar toda esa libertad en un poco espacio porque los lectores de hoy ya no tienen paciencia. Pero es la concesión que hacemos al siglo. Ya no estamos en el tiempo de los novelones, las obras tienen que fluir, ser disparadas como flechas y desaparecer. Es el tiempo del arte efímero y breve. Si te das cuenta, se escribe tanto, tanto como antes, pero en pequeñas dosis. El número de palabras sigue siendo el mismo o superior.
I: No me atrevo a decirlo. Aparte de la obra total, esa que ni has empezado, qué más tienes en proyecto.
RR: La Obra Total siempre está en marcha. Mira, aquí tengo una frase que acabo de escribir: “eres un gilipoyas, dijo, se dio la vuelta y se fue”
I: No es gran cosa.
RR: Porque la ves aislada de su contexto. Cuando la integre comprenderás que es lo mejor que he escrito en años. Y tal vez no solo yo.
I: Oye, ¿qué pasa con lo de los garbanzos?
RR: Acabamos la entrevista y nos movemos. Por cierto, dejé de tener dinero a la tercera cerveza.
I: No te preocupes, no vine en chanclas hoy. Me olía esto y traje las zapatillas.
RR: Vale, pero las dos primeras las pagamos.
I: Por supuesto. Aunque lo de los garbanzos nos va a resultar más complicado.
RR: Pedimos una mesita fuera, eso no es problema.
I: Una última pregunta. ¿De qué vive un artista maldito? Porque a ti ya te han echado de tres trabajos. Y creo que no cobras paro. Eres soltero, como puedo deducir de los callos de tu mano y por cómo miras a toda mujer que pasa. En fin. ¿De qué comes? Si exceptuamos lo de los garbanzos que ya sabemos cómo vamos a pagarlos.
RR: No me preocupa eso. Y a ti tampoco debería preocuparte. Esta entrevista es sobre literatura, no sobre medios de subsistencia.
I: Vale. Es un tema delicado. Lo eliminaré de la trascripción. Pero de verdad me preocupa, estás flaco tío.

El resto de las entrevista se perdió en la carrera

martes, 3 de enero de 2012

El lado equivocado o no hay más que un lado

“A veces odiaba su cobardía y la creía inexcusable; otras pensaba que la doble vida, la puntual entrega de ocho horas a un mundo absurdo, a una interpretación de la existencia que él sabía equivocada, constituían una etapa deseable, como, en definitiva, son deseables y útiles las horas de aburrimiento del colegio para el muchacho que quiere llegar a la Facultad y entregarse, por fin, a su vocación” (J.C.Onetti)

La sensación de que uno está viviendo en el lado equivocado. La sensación de que hay otras maneras de hacerlo y que uno no está haciéndolo de la manera que le corresponde a su naturaleza. La sensación de que ha habido una equivocación cometida en algún punto del camino, una decisión no tomada y asumida porque sí, sin darse cuenta de lo importante que fue esa decisión tomada al descuido en aquel momento. La sensación de error acumulado, acumulándose, y sin saber cómo detenerlo. Con el miedo ya tan metido en el cuerpo, que no haces más que auto engañarte desechando fantasías absurdas, admitiendo que son fantasías que la vida sólo es esto. Me da la impresión de que eso es la lucidez, o una especie de lucidez. Los otros, los que tienen una vocación desde pequeñitos, los que agachan la cabeza y avanzan hacia un punto fijo creyendo que es ese su destino, los que han optado por el dinero, por el lujo, por el sexo, por la aventura, por la fama, los que han optado por cualquier cosa y van tras ella, los que creen que sólo existe un lado y es el que ellos siguen, esos heredarán la tierra, lo que quede de ella después de que otros con semejante naturaleza pero intereses más destructivos, acaben con ella. Nosotros, los confusos, los que aún no sabemos muy bien si estamos en el único lado o en el lado equivocado, o a lo mejor en el bueno y simplemente somos unos caprichosos, seremos aplastados por la imparable rueda de aquellos, nos quedaremos atrás respirando el polvo que aquellos levantaron, viviremos en las ruinas que aquellos dejaron, comeremos de sus restos.