martes, 28 de febrero de 2012

Nibelungos

El enano Alberico roba el oro del Rhin a las confiadas Ondinas y, con él, adquiere un poder inconmensurable. Pero no adquiere astucia. Un simple gato con botas es capaz de engañarle para que se convierta en ratón, y, en cuanto lo hace, saltar sobre él, y apresarle, quedarse con su anillo y con todos los tesoros.
Wotan, el dios temeroso del fin de su estirpe, se siente tentado de su poder, pero los gigantes no le devolverán a la diosa de la juventud, la bella Freia, si no les recompensa con un buen botín. Una habitación llena de oro, por ejemplo, que cubra a Freia hasta por encima de los ojos, Pizarro, porque los gigantes, que la aman, necesitan sustituir su vista por otra cosa de igual valor. Todos los tesoros arrebatados a los nibelungos, incluyendo el casco de la invisibilidad, no consiguen ocultar de la vista de los gigantes a la bella diosa, por lo que hay que añadir el anillo. Pero Alberico no se lo ha dejado arrebatar fácilmente, antes lo ha maldecido. Y aunque Wotan no quiere ceder, que es muy goloso ese anillo y el poder que concede, por su temor al fin de su estirpe, acaba incluyéndolo. La juventud y la lozanía regresan a los avejentados rostros de los dioses con el retorno de Freia.
La maldición surte su efecto. Los gigantes se aniquilan entre ellos. Y los dioses ocupan su castillo-construido por aquellos según el compromiso escrito en las runas que decoran la lanza de Wotan- en el Walhalla.
Ahora tenemos a Sigmund,(¿fuiste tú, Arturo?) el hombre que pudo arrancar la espada del fresno, pilar centrar de la casa del cazador Hunding ¿Quién lo enterró allí bajo la profecía de que solo un hombre verdaderamente valeroso conseguiría extraerlo? Un extraño hombre con un solo ojo, fue. Y tras él, algún tiempo después, surgió del bosque, herido y sin armas, Sigmund, bien recibido por la infeliz Siglinda, huérfana (tal vez tu hermana Sigmund, ese amor no puede durar).
-Nadie se ha ido, pero alguien ha entrado. ¿No ves cómo nos sonríe la primavera?
Huyen juntos para el escándalo de Fricka, la esposa del tuerto Wotán, al que le gustaba bajar a los bosques y deambular por ellos gozando del amor de las mujeres, quien ha sido invocada por Hunding como protectora de la fidelidad matrimonial. Clama venganza. Y ella le exige venganza a Wotán y él, de nuevo su temor al final de su estirpe, cede, pese a lo que pese, y manda a su hija preferida, la Walkyria Brunilda, a que recupere el alma de Sigmund para los ejércitos del cielo.
Pero ella conoce perfectamente el sentimiento de su padre y le desobedece, condenándose por ello a dormir hasta que un hombre, verdaderamente valeroso, atraviese la muralla de fuego y la despierte con un beso (¡Oh, mi bella princesa!). Y Siglinda y el ser que lleva en su vientre se refugian junto al Dragón en que se ha convertido el gigante Fafner después de matar a su compañero Fasolt por culpa de la mala influencia del anillo -allí, en una cueva, quedaron los tesoros, el casco y el maldito anillo-. Y con ella lleva los restos de la espada Nothung que Wotán partió en mil pedazos, con mucho dolor de corazón, para impedir que Sigmund venciera, contra los deseos de Fricka, al humillado Hunding.
Pero quien cuida del retoño de Siglinda es el enano nibelungo, Mime. Le cuida y trata de soldar las piezas de Nethung para que, algún día, el muchacho, Sigfrido, mate con ella al dragón y recupere, para él, el anillo y los tesoros que custodia. Pero aparece un tuerto que le profetiza que quien forjará la espada será uno que no tiene miedo. Sigfrido (mucho más tarde será llamado Juan) no tiene miedo, pero Mime sí y trata de enseñar al muchacho a temer. Pero el muchacho sin miedo mata al dragón y al libar su sangre adquiere toda la sabiduría y todo el conocimiento, incluyendo el idioma de los pájaros, la percepción del crecimiento de las plantas y el lento aleteo de las mariposas. (¡Buen material esa sangre!). Y así es como es guiado - un buen viejo tuerto toma parte en eso, ¿y cómo se lo agradece el muchacho?: partiéndole en dos las tablas de la ley, digo la lanza en la que lleva grabadas las runas que enumeran los compromisos del dios Wotan con los gigantes - hacia la roca, envuelta en llamas de Brunilda: la besa, ella despierta y comienza el Crepúsculo de los dioses, al que Wotan ya no teme, por fin.

De El anillo del nibelungo

-¿Cómo es que, huyendo por el bosque para no estar contigo, vuelvo otra vez a tu casa?


-Porque estoy cerca de tu corazón.

De El anillo del nibelungo – El oro del Rhin

-Ahora, ese perverso de Alberico me tiene encadenado. Con astucia dabólica robó el oro y con él se forjó un anillo, cuyo poder admiramos. En otros tiempos forjábamos y laborábamos sin cuidados, riendo alegremente en medio de esa tarea liviana, adornos y joyas para nuestras mujeres. Ahora, trabajamos arrastrándonos por las peñas solo para acumular inmensos tesoros; con el anillo mágico acierta a descubrir el sitio donde está escondido el oro. Trabajamos entre las rocas para extraerlo; lo fundimos y labramos joyas magníficas, todas para ese malvado dueño.

viernes, 24 de febrero de 2012

Bioy Casares y la estupidez

En el prólogo del libro de Bioy Casares Diccionario del argentino exquisito:

El mundo atribuye sus infortunios (¿me aparto del tema?) a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que subestima la estupidez.

La buena dirección

El FMI cree que la reforma laboral en España va "en la buena dirección"

 


Lo que no sabe decirnos es hacia dónde nos lleva esa dirección.
 "Bueno", comenta el ventrílocuo del portavoz, "cuando no se sabe adónde se va, cualquier camino es el buen camino" 
Un periodista avispado pregunta: "Y, dígame, aún estando en La Buena Dirección, ¿no sería posible que estuvieramos avanzando en el sentido contrario?" (La Comisión Europea, por su parte, ha pronosticado que el PIB español retrocederá un 1% este año.) El ventrílocuo del portavoz, imitando ahora la voz de un tal Bruselas ha dicho: ""el círculo negativo entre la debilidad de los deudores soberanos, la fragilidad de los mercados financieros y la desaceleración de la economía real no parece haberse roto", y acto seguido ha hecho que su muñeco se sonara la nariz, se rascara el trasero e hiciera mutis (El prestigioso autor colombiano se ha sentido muy ofendido por esta usurpación de personalidad y, con el cabreo, ha volcado el güisqui, lo que le ha parecido que confirmaba, definitivamente, que se estaba haciendo viejo)

miércoles, 22 de febrero de 2012

Signos para la esperanza

Elegancia, pureza y medida, que eran los principios de nuestro arte (música), se han ido rindiendo gradualmente al nuevo estilo, frívolo y afectado, que estos tiempos, de talento superficial, han adoptado. Cerebros que, por educación y por costumbre, no consiguen pensar en otra cosa que no sean los trajes, la moda, el chismorreo, la lectura de novelas y la disipación moral; a los que les cuesta un gran esfuerzo sentir los placeres, más elaborados y menos febriles, de la ciencia y del arte. Beethoven escribe para esos cerebros, y parece que tiene cierto éxito si he de hacer caso a los elogios que, por todas partes, veo brotar respecto a este último trabajo suyo (La Novena Sinfonía)

Esto es un extracto de un artículo, que cita Alessandro Baricco en su libro Los Bárbaros - Ensayo sobre la mutación, donde intenta explicar que los cambios, las mutaciones - vistas como  irrupciones de los "bárbaros" - adoptan unas determinadas características. La más relevante de ellas es la sensación, para las gentes de la época, de que estos "bárbaros" imponen una cierta degradación de las costumbres, una pérdida de valores, de alma, una merma de calidad en favor de una simplicidad y a cambio de una mayor difusión, una vulgarización de algo que antes estaba restringido a una élite.

Hubo un tiempo en que la Novena Sinfonía de Beethoven fue considerada una intolerable vulgarización de la música tal y como entonces se la consideraba. Tal vez en ese momento lo fuera pero eso le sirvió para dar un impulso que tuvo como resultado todo lo que vino después. Habla Baricco de "un paso atrás" para tomar impulso y provocar el gran cambio.

Esto me lleva a pensar que tal vez muchas actitudes - como el tan denodado comportamiento apático y desinteresado de los jóvenes: por leer los libros que a nosotros nos parecen los realmente enriquecedores, por aprender las materias que a nosotros nos parece que son las que necesitan conocer para aprehender el mundo, y, en general, comportarse de la manera que a nosotros nos parece que deberían hacerlo para ser el fundamento de un futuro como a nosotros nos parece que sería mejor - que observamos hoy día como signos del apocalipsis por venir no sea más que el paso atrás que están tomando los bárbaros, que a buen seguro invaden ya muchas de nuestras aldeas periféricas. Habrá que observar esos signos. No me pregunten dónde, yo tampoco lo sé. Habrá que buscar, atentamente, quienes son los bárbaros y tratar de intuir cómo será ese mundo por venir.

(Oiga, que me está gustando releer este librito, y quería decir algo al respecto. Me parece que es un libro optimista, que trata de hacerte elevar un poco por encima de los detalles de la vida cotidiana para tratar de adivinar, a ojos entrecerrados si se quiere, signos para la esperanza.)

martes, 21 de febrero de 2012

El paro no es una maldita limosna


El paro no es una limosna. Es precisamente una herramienta que sirve para contrarrestar la avaricia de los empresarios y evitar que estos se aprovechen de las miserias de los trabajadores. Si un trabajador rechaza un trabajo será porque es aún más miserable que vivir de la miseria del paro, y encima generando riqueza para otros.

lunes, 20 de febrero de 2012

Buena, justa y necesaria

Buena, justa y necesaria

Dice Rajoy, yo no la he leído, que la Reforma Laboral es Buena, Justa y Necesaria. Dicen que la principal característica de esa reforma es que multiplica la facilidad de despido. El empresario adquiere, con ella, plenos poderes para despedir a los trabajadores, bien individualmente, bien en masa. El empresario decide cuándo, por conveniencia de su negocio, los empleados sobran, y puede despedirlos a un coste mínimo, mínimo en comparación a como lo hacía antes, que hasta tenía que pedir permiso.
Esto es bueno, claro, pero bueno únicamente para el empresario. Porque el trabajador no puede encontrar nada de bueno en que todas las decisiones acerca de cuánto va a durar su trabajo las tome el empresario y él solo pueda limitarse a firmar un contrato. Contrato que ya no tiene ningún sentido porque por muy “indefinido” que sea el tiempo pactado, la indefinición está sujeta a capricho de un empleador, pues él decidirá cuándo su negocio va bien o cuándo hay que someterlo a una “regulación”. Entiendo que se presume que lo “bueno” para el trabajador es que el empresario se va a sentir menos atado al contratar a un empleado y por lo tanto contratará con más ligereza, puesto que podrá despedir con la misma ligereza. Los cierto es que el empleador adquiere, con esta reforma, mayor seguridad, mayor control, y esa seguridad y control se le ha sustraído al empleado que queda en la más absoluta indefinición.

La ley de Reforma Laboral obedece, entonces, a una idea de que si el empresario puede contratar y despedir con más ligereza, pondrá menos inconvenientes a la hora de decidir contratar y por lo tanto contratará más. Eso, en efecto, me parece que podría incentivar la contratación. Sin embargo creo, también, que al dotar al empleador de ese poder se le ha dotado también de un poder sobre el empleado, que queda en absoluta indefensión frente al empleador –en realidad siempre lo ha estado y cada “reforma” laboral ha aumentado, como característica principal, esta indefensión–. Me parece a mí que en un mercado laboral con exceso de demanda, esta normativa no sería mal vista por los empleados, que tendrían una gran facilidad para cambiar de trabajo si las condiciones laborales que se encontrasen en una empresa no le satisficieran. Un mercado de esas características obligaría al empresario a ofrecer unas condiciones de trabajo halagadoras para los empleados tanto como a los empleados ofrecer unos servicios al empleador que cubrieran sus expectativas. Sin embargo estamos en un mercado laboral con exceso de oferta en el que se les ha dado a los empleadores todo el poder para contratar –contratos del más variado pelaje hasta condiciones indignantes– y ahora todo el poder para despedir –despidos que, no me cabe la menor duda, porque ahí están especificados en la nueva Ley de Reforma Laboral, utilizarán razones de lo más indignantes–.

Esta ley no es justa porque obedece a un claro criterio: el que tiene el dinero es el que decide. No se tiene en cuenta en absoluto el hecho de que el empresario necesita del trabajador tanto como el trabajador necesita del empresario, y que, por lo tanto, unas reglas justas tratarían de mantener un equilibrio de fuerzas, impedir que el exceso de fuerzas de uno se sobrepusiera a la debilidad del otro. Lo cierto es que el equilibrio de fuerzas actualmente es abrumadoramente favorable para el empresario. Es claro que hay un exceso de oferta de mano de obra. Y esta ley ha puesto todos los mecanismos de control en manos del empresario. Que además se atreve a reclamar que se reduzcan los pocos mecanismos de que dispone el empleado para forzar a que se mantenga ese equilibrio: el derecho a la huelga, el salario mínimo, las indemnizaciones por despido improcedente.
Ahora bien. ¿Podemos confiar en la honestidad del empresario cuando haga uso de estos recursos poderosos? ¿Creemos que el empresario, cuyo inmediato interés es la maximización del beneficio –y como creo que nadie se lleve a engaño, no de su empresa, sino propio– va a hacer un uso equilibrado de estas “mazas” que el estado le ha puesto libremente en las manos? Yo no lo creo. No lo creo porque veo cada día como “Los mercados” no dudan en abusar de cualquier recurso para obtener beneficios que no reportan nada a las sociedades de los cuales los obtienen. No lo creo porque veo las diferencias de hasta diez veces de los sueldos de los que dirigen las grandes y medianas corporaciones frente a los sueldos medios de sus empleados. No lo creo porque si algo he observado del comportamiento del capitalismo brutal en el que vivimos es que el beneficio es buscado localmente mientras que el perjuicio que su obtención provoca es distribuido generosamente.

En cuanto a que sea Necesaria. Todos estamos de acuerdo en que lo que es necesario es que se genere empleo en unas condiciones lo suficientemente estables como para que los empleados se sientan con la suficiente comodidad como para reactivar el consumo y vuelva a ponerse en marcha esa absurda rueda en la que basamos nuestra sociedad. Pero lo que yo observo de esta ley es que en el caso de que generase empleo lo haría en unas condiciones tan miserables, de absoluta “indefinición” en los contratos, con sueldos infames contra los que no podría protestarse (reclaman restricción del derecho de huelga, reducción del salario mínimo, etc.) y con exceso de horas de trabajo inexcusables (con la amenaza de despido siempre presente y ningún recurso de defensa), que sería imposible que se recuperase ese movimiento pleno. (Todo esto, naturalmente, me está dictado por mi absoluta desconfianza de la “buena voluntad de los empresarios”)
Más bien entraremos en una situación de país tercermundista en el que las empresas aprovecharán nuestra mano de obra para producir, y tendrán que llevarse esos productos a otros mercados que puedan consumirlos. ¿Pero dónde están esos mercados, si esos mercados éramos, hasta hace dos días, nosotros?

En resumen, no veo ni bondad, ni justicia, ni necesidad en esta ley. Veo un abandono de responsabilidades por parte del estado en el compromiso de mantener un equilibrio entre los dos estamentos que está más desequilibrado que nunca, hasta rozar los extremos de los comienzo de la era industrial. Un desmantelamiento social absurdo porque el capitalismo consumista actual depende de unas sociedades saneadas que lo mantengan en marcha. La esperanza, paradójicamente, es que esto sea la famosa decadencia de las civilizaciones, momento en que éstas entran en contradicción consigo mismas y preparan el advenimiento de un nuevo modelo. En Spengler confío.

jueves, 16 de febrero de 2012

Orígenes (No el Padre de la Iglesia, otro)

Usted sabe que hay un nudo por deshacer. Ese nudo se le presenta desde primera hora de la mañana y lo tiene atado en su cabeza todo el día; hasta la última hora de la noche le atormenta. Y no hace nada ese nudo por desatar salvo estar ahí, en su cabeza, en una especie de altar solitario permanentemente iluminado por unos focos de luz intensamente blanca. Señalándolo. Resaltándolo en su cabeza. Recordándole siempre que está ahí, y espera a ser desatado. Y usted, señor, se para delante del ara, y se sienta en el escalón recibiendo esa luz. ¿Se ve?, ¿se ve ahí sentado con la mirada perdida, no dirigida hacia el nudo sino hacia la sombra que lo rodea? ¿Qué piensa? Piensa en Alejandro y su forma de resolver perentoriamente estas cuestiones. Ahora bien. ¿Qué esconde ese nudo? Nadie lo sabe. Es decir, ni usted ni yo tenemos idea de qué ata ese nudo. La solución de Alejandro acaba con el nudo, desde luego, pero ¿esa es la clave? ¿Acabar simplemente con el nudo? No lo sabemos. Y por eso usted no puede tomar una decisión. Usted quisiera desatar el nudo. Sentarse pacientemente a manipularlo con sus propias manos, tirar de este hilo por aquí, sacarlo por allí, tirar de este otro por este lado mientras sostiene la otra punta. Ya lo ha hecho, pero no pasa nada. El nudo siempre es el mismo nudo. Y eso cuando tiene suerte, porque otras veces, cuando se decide a levantarse, y mirar encima del altarcillo, debajo de los focos no hay nudo, no hay nada, ni cuerda siquiera hay, no hay ni altar, ni focos, ni oscuridad, hay, tal vez, un trozo de pan con mermelada, hay un pollo cacareando, hay un sol horizontal, una luna menguante, hay, déjeme consultar mis notas, hay una rubia impresionante que se deshincha por el ombligo, unas manos que reptan, un pene fláccido, una cuchara sucia de alguna medicina, un papel higiénico sonriente, una longaniza, todas estas cosas, pero no todas juntas, unas veces unas, otras veces otras. Debería usted hacer un poco de ejercicio porque tiene una mente saturada, mire a ver si hay ventanas, busquemos ventanas para abrirlas y que corra el aire. Hace demasiado tiempo que está usted en silencio y se le va secando la boca. ¿Alguna vez le han dicho que tiene unos ojos bonitos? Yo tuve una vez un amor que me decía que tenía unos ojos bonitos. No sé si mentía, porque no podía verme los ojos. Nunca me miraba a los ojos y eso que yo la miraba constantemente con los ojos muy abiertos, sin parpadear. No parecía estar allí. Era una sensación angustiosa estar y no parecer estar allí. Pero es que puede que no estuviera allí. O que fuera ella la que no estuviera allí y claro, yo no estaba donde estaba ella, sino aquí. No señor. Me estoy yendo por la ramas, como los antiguos monos. Tal vez sea usted simplemente un mono. Dicen, los eruditos, que tampoco es que nos diferenciemos demasiado de las ratas. Las ratas son nuestros lejanos parientes. No hemos perdido porque hablábamos de un nudo de siete letras. Veamos nudo: no, solo son cuatro, me faltan tres. ¿Cuáles serán estas tres letras que me faltan? Siempre falta algo en esta historia. Alguien le ha hablado de la libertad y usted ha creído que tal vez lo que ata ese nudo es libertad. ¿Pero dónde?¿A dónde le lleva a usted esa libertad? ¿Se lo ha preguntado? No, claro, usted se limita a estar sentado ahí mirando la oscuridad, el silencio, en busca, quizá, de ventanas que abrir, para apagar los focos y ahorrar algo de luz que no están los tiempos. No se deje amilanar, amigo, estamos con usted, le apoyamos, le echamos nuestro aliento sobre el cogote para que se sienta animado, atrévase con él, salte sobre el altar y baile como un loco sobre ese nudo, cómaselo, deglútalo, digiéralo, excrételo y vuelva a colocarlo en su lugar no vayan a irritarse los guardianes del museo y nos echen de aquí como a tiernos vagabundos que desconocen las mínimas reglas de comportamiento en una institución tan seria como un museo. El Museo del Nudo, sito en la calle tal, número tal, de la ciudad tal de su propia mente. Todos esos son datos que tendrá usted que completar cuando vuelva sobre este texto, que espero que no publique hasta que esté convenientemente revisado, podado, limado, repulido, sacrificado, reposado, censado, censurado, y todas las demás acciones que podrían aplicársele como Texto Literario de Fascinada Adoración, arrodillémonos todos hermanos porque el texto ha hablado y nadie lo ha entendido, pero su mensaje nos ha preñado de cualquier manera y ya pronto, muy pronto, veremos brotar de nuestro interior una gran verdad, una acción definitiva que resolverá todas las dudas, todas las preguntas que nos quedan por hacer, todas las caretas caerán y quedarán los rostros expuestos a la luz, los maquillajes descompuestos, las narices torcidas, los labios agrietados, los ojos llorosos, la piel amarillenta, la risa desdentada, la palabra fétida, que murmurará en nuestros oídos la única razón que en este momento usted quiere oír y tanto espera que se pronuncie: “El nudo está deshecho, puedes ir en paz.

Regreso

Hay días que no se dónde estás.
Me despierto y te miro las manos sorprendido. Salgo del pozo.
Es curioso cuán cerca puedo estar de ti y cuan lejos estoy efectivamente. Me parece que te conozco desde siempre mientras pasas a mi lado sin mirarme. Trastabillando alcanzo el espejo del baño y me quedo allí, mirándote, hasta reconocerme. Esta extraordinaria sensación de haber llegado desde otro, desaparece tras la ducha fría. Uno siempre es uno mismo tras una ducha fría.

El sexo de las moscas

P: El sexo volador de las moscas es salvaje como tiene que esperarse de su animalidad. Quiero decir que me parece tremendo que continúen la cópula mientras vuelan huyendo de quien las amenace. Que mucho ha de ser su apetito, su pasión, su amor, o lo que quiera que sea que les permite tal despliegue de la libido...
R: La respuesta, mi querido amigo, es que el orgasmo de las moscas es permanente. Aclararé esto más adelante. Me urge, antes, precisar que no existen "apetitos", "amor", "pasión", ni tan siquiera "libido" entre estos interesantes insectos. Existe, en su momento oportuno, una enorme atracción química, casi magnética, entre los dos géneros de la especie, que las empuja hacia el acople.
Éste se produce muy lentamente al principio, pues el macho introduce suavemente su órgano en la cavidad correspondiente de la hembra. Una vez el órgano está completamente dentro, la hembra realiza un movimiento que podríamos llamar "de enculado" que "cierra" el acoplamiento. Este cierre se produce debido a que el movimiento de la hembra provoca en el macho la activación de unos a modo de garfios distribuidos por su miembro, que impiden el desplazamiento de éste hacia afuera del órgano femenino mientras dura el coito.
La "activación" mencionada dispara también el orgasmo y marca el inicio del coito. El macho comienza a segregar su líquido seminal y la duración de esta segregación equivale a la propia duración del coito.
Se ha demostrado científicamente que durante lo que apropiadamente se puede llamar eyaculación del macho, éste, y la propia hembra mientras está recibiendo el líquido, experimentan placer. Entendido éste como un estremecimiento de estructuras interiores (equivalente al estremecimiento muscular en el ser humano), motivación principal que ata al macho tan rígidamente al torso de la hembra.
Si no existiera este estremecimiento, el macho se desacoplaría ante cualquier dificultad ya que su miembro no está rígidamente unido a su propio cuerpo, sino que se le desarrolla para la ocasión y lo pierde con facilidad.
La hembra, al tiempo que experimenta el "placer" mantiene un completo control de sus alas y puede perfectamente transportar al macho sobre ella para librarse de cualquier peligro. Aunque, naturalmente, la agilidad se ve reducida.
El orgasmo de la pareja puede durar minutos dependiendo de la "potencia" del macho, la cual se manifiesta en el grosor de su miembro y el tamaño de su bolsa seminal, alojada en el interior de su cuerpo. La potencia del macho puede variar a lo largo de su vida si tiene la fortuna de experimentar múltiples ciclos durante su existencia.
Los machos "más potentes" suelen experimentar un único ciclo sexual, pero los que alcanzan una madurez sexual pobre, pueden reanudar su propio ciclo. En laboratorio se ha conseguido repetir el ciclo de una única mosca hasta catorce veces tras las cuales el macho no podía moverse hacia la hembra debido al enorme grosor de su miembro y moría al reventar en su interior su bolsa de líquido seminal.
Transcurrido el coito, el macho, como decíamos, pierde su miembro y ambos "mascan" juntos un depósito alimenticio que la hembra ha acumulado previamente a la búsqueda del macho. Esta costumbre no deja de parecerse al tradicional cigarro en la especie humana lo que nos ha hecho sospechar que no sea tan artificial y poco relevante como hasta ahora nos había parecido.
Rikhart Pear
Director del Departamento de Entomología de la Universidad de París, Texas.


RR: Apreciado señor Pear

Quizá no sea este el lugar adecuado, pero me gustaría contribuir a su anterior explicación sobre la relación sexual en la mosca común con unas averiguaciones que mi equipo y yo hemos conseguido concluir a partir de experimentos en laboratorio.
Averiguaciones sorprendentes, pues estamos en condiciones de afirmar que durante del trance sexual, la mosca hembra de la Drosophyla Lugubris, gime de placer (acentúo la carencia de comillas en las palabras anteriores). - y naturalmente entendemos posible la extensión de este hecho a toda la especie común-
Afirmaríamos además de forma oficiosa que ésta es una condición inexcusable para que el macho también lo haga, aunque no suficiente.
Sin embargo, existan gemidos o no por parte del macho, la aparición de tales en la hembra van seguidas de un aumento de la presión de las patas del macho sobre el torso de ésta, digamos que se "aferra" con más intensidad, y que las variables por las cuales afirmamos que ambos gozan de placer sexual aumentan en el macho como efecto del gemido de la hembra.
Tenemos certificado un caso - quizá anecdótico- en el cual el aferramiento del macho es tan brutal que quiebra sus propias patas y cae desde el torso de la hembra en pleno vuelo. En la caída al macho le resulta imposible volar y continúa eyaculando - aunque sin su correspondiente órgano- y muere al golpearse contra el suelo y partirse la cabeza. La eyaculación no se detiene hasta que se vacía la bolsa seminal. (Este curioso caso ocurrió con un macho al que le habíamos "reciclado" sexualmente en siete ocasiones, lo cual es imposible en condiciones naturales. Probablemente tales prácticas le habían debilitado la estructura quitinosa de las patas. (Hemos abierto una línea de investigación en este sentido.)
También hemos conseguido grabar y reproducir a mayor volumen el "concierto" de gemidos durante un coito de esta subespecie (la única con la que trabajamos en laboratorio) lo que puede resultarle, si no de interés para sus propias investigaciones, al menos interesante profesionalmente.

Sin más y en espera de que nuestras investigaciones le resulten interesantes y le motiven a contactar con nosotros se despide.

Alberto Waitflowers Ramírez
Departamento de Inteligencia Animal y Sexo.
Universidad de Ushuaia. Argentina.

miércoles, 15 de febrero de 2012

¿Una falsa anécdota?

En 1950 un inadvertido autor francés publicó una novela de amor ambientada en la post guerra. No tuvo gran éxito, aunque el editor, que tenía una gran confianza en su producto, invirtió una buena cantidad de dinero en la promoción del libro. La mayoría de las críticas incidían en la pobreza del estilo, la narración poco ágil y una historia sin aspectos destacables. La novela llegó a España en su versión original y un desconocido traductor -¿no lo son todos?- llamado Pascual López Méndez, que, inexplicablemente sintió atracción por aquella obra, la vertió al español y la ofreció a su editor habitual, que le hacía encargos periódicos de traducción. El editor español consideró aquella traducción con posibilidades y la lanzó al mercado como un libro más de su catálogo con la promoción habitual. Inexplicablemente -¿no ocurre siempre así?- la novela tuvo un éxito extraordinario, se vendieron de un orden de veinte veces más que los que se vendieron en Francia y la crítica alabó el estilo depurado, casi poético, la narración efectiva y la historia optimista. El autor, fue invitado a dar conferencias que interpretaba el propio traductor de su novela y estas resultaban chispeantes, ingeniosas, en perfecto acuerdo con el libro a juicio de sus rendidos fans.
El impulso de ventas en España relanzó las ventas de la versión original pero estas cayeron al momento y la crítica se ensañó con los gustos literarios en nuestro país. El editor, que había hecho un extraordinario esfuerzo de inversión para lanzar una segunda edición aprovechando el éxito en España se sintió tremendamente frustrado. Entonces tuvo una idea luminosa: hizo traducir la traducción de la novela al francés y lanzó una tercera edición de la misma, añadiéndole en la portada la idea de que era una versión revisada. Hubo de redoblar los esfuerzos de promoción para vencer las reticencias que los dos fracasos anteriores provocaban, pero esta vez el éxito fue mayúsculo. El volumen de ventas de la “versión revisada” superó en unos meses al total de ventas en España, ya de por sí considerado un bestseller. Y fue requerida para volcarla al inglés para el mercado americano, donde ya le solicitaban los derechos para hacer una película.

lunes, 13 de febrero de 2012

Escribe (fragmento de un fragmento)



Escribe porque escribir no se va a acabar nunca. Escribe con la monotonía de un sonar de teléfono. Escribe con el sueño pegándote en los ojos sin saber muy bien qué estás escribiendo. Escribe mirándote, sorprendido, las manos escribiendo y preguntándote, ajeno a ellas, ¿qué hacen? Escribe como poseído. Escribe automáticamente. Escribe ladinamente. Escribe seriamente como un esposo. Escribe como le escribirías a una amante, sucio, procaz. Escribe exhausto, y exabrupto y abdomen, esas palabras que nadie pronuncia ya. Escribe para conservar palabras que ya nadie pronuncia. Escribe inteligentemente, para que parezcas inteligente no siéndolo. Escribe labios, pecho, cuello, escafoides. Crea cuerpos, crea personas escribiendo. Escribe como Dios. Dios creador escribiendo, creando el mundo con tu escritura, el único mundo en el que puedes confiar. Escribe y no salgas a la calle a comprobar nada. Escribe para esa mujer que te observa escribiendo. Escribe para esa otra mujer a la que le eres indiferente, más su amigo. Escribe como si no supieras nada. Escribe creando sabiduría de donde no la hay. Escribe para quererte un poquito, muchacho, un poquito. Escribe como zapatazos. Escribe con faltas de ortografía. Escribe con falta de voluntad. Oblígate a escribir como un condenado. Date latigazos en el alma y escribe. Cíñete una corona de espinas y escribe. Clávate las teclas en las manos y en los pies hasta que te salgan llagas y escribe. Escribe en el polvo del camino. Escribe en el vaho del cristal. Escribe en el agua. Escribe en el aire que te falta a veces. Escribe con sangre, con lágrimas, con sudor, con heces, con orina recién meada y calentita. Escribe dando un grito: ¡Aaaaaaagh! Escribe dando un suspiro. Escribe mientras caminas, mientras corres, mientras estás parado. Escribe a trazos largos, a trazos cortos, dibujando cada letra, redondeando las ees, resbalando por las aes, multiplicando las oes, sumando la ies, y no olvides las ues y todas las demás. Escribe signos de interrogación, de admiración, de multiplicación, de imaginación. Escribe: ¿por qué? y no te contestes. Escribe todas las respuestas. Escribe soñando con llegar a escribir algún día. Escribe porque quieras escribir. Pero oblígate a escribir porque quieras. Porque quieres y no lo haces, cabrón, jodido perezoso escritorzuelo de mierda. Escribe. Escribe y no pienses qué estás escribiendo. Escribe con las manos sudadas resbalando y aunque quieras escribir amor escribe roma y habla de esa bella ciudad a la que no irás nunca. Escribe sobre todo eso que nunca harás. Y hazlo escribiendo. Vete a Roma, a Pula, a Trieste, a Praga, a la bella o sucia Cracovia, a Moscú, calle Sadóvaya número 302. Escribe tu completa autobiografía en tres cuartos de párrafo. Escribe de cuando conseguiste alcanzar las estrellas y no lo hiciste porque tenías que cenar. Escribe sobre tus vicios, sobre tus pasiones, sobre tus miedos, sobre tus alegrías, sobre lo que quieres ser de mayor, sobre lo que quisiste ser de mayor y no fuiste cuando alcanzaste la edad. Escribe sobre todas tus novias que nunca lo fueron, sobre todos tus amigos perdidos en el olvido, sobre aquel tipo que no reconociste en la calle pero él sí a ti, sobre Paloma que no quiso, sobre Mari Mar que no quiso y muchos años después te la encontraste borracho y lloraste, sobre todas las demás que no quisieron. Escribe sobre aquel tipo que sí que quiso pegarse contigo en aquel bar, y huiste. Escribe sobre morir en Odessa, qué estupidez. Escribe en francés, en inglés, en chino, en latín si consigues aprenderlo algún día, en italiano si tienes la paciencia suficiente, en ruso, si tienes los cojones suficientes, en sánscrito si averiguas algún día en qué consiste. Escribe quién sabe para qué, para saber por qué escribes. Escribe. Escribe por favor, escribe. Escribe. Escribe lo que sepas porque vas a morir. Escribe hasta la parálisis de la mano o del cerebro. Escribe hasta la náusea. Escribe porque sí, intentando comprender lo que no comprendes todavía, nada. Escribe para aventurar el futuro. Escribe para cambiar tu pasado. Escribe para la gloria, para la nada, para esconderte, para publicarte desnudo. Escribe por pudor, con rabia, con risa. Escribe tu vida, la que vivirías si no escribieras. Escribe al rumbo. Escribe las razones que te mueven a escribir. Escribe que si no escribieras te morirías, miente. Escribe para mentir, para decir la verdad, para cantar a la vida, para celebrar la próxima muerte, para huir. Escribe para que no te vean no hacer nada. Escribe lo que quieras, sin pensarlo dos veces. Escribe para atraer su atención. Escribe para embaucar, para engañar, para que te admiren. Escribe también para que te odien. Escribe para encontrar la razón de tu vida, la razón por la que has merecido vivir. Escribe sin razón, sin testigos. Escribe en la oscuridad, en la luz, en la sombra. Escribe en silencio, y escribe cantando lo que vas escribiendo como una salmodia. Escribe y borra, escribe y borra. Escribe los versos más perfectos, las prosas más perfectas. Escribe para que se abra el cielo y te sonría Dios si es que existe. Escribe para te sonría ella y te tienda una mano. Escribe para que ella también se sienta protegida. Escribe para que te amen. Escribe para que sepan que existes, que estás aquí escribiendo. Escribe para que tu nombre sea sacado en procesión junto a los otros nombres. Escribe una página entera. Escribe La Palabra Sagrada cuya pronunciación hará desaparecer una galaxia entera. Escríbela si te atreves. Escribe “Yo” tantas veces que acabes harto de ti. Escribe “Tú” tantas veces que no sepas quién es. Escribe toda la semana, todos los días, todas las horas, todos los segundos, todos los instantes más pequeños. Escribe en el pensamiento también, descansa esos dedos cansados. Escribe sobre la piel, sobre las paredes, en la puerta de los baños, en la pantalla de este ordenador. Escribe que estás harto de escribir, que estás harto de escribir, que estás harto de escribir. Y que no pasa nada, que nunca va a pasar nada, que no hay nada que tenga que pasar por escribir. Escribe y expulsa todo el miedo que tienes. Escribe y expulsa toda la jactancia que tienes. Escribe y llora, coño, llora de una vez si es lo que quieres hacer.

domingo, 12 de febrero de 2012

Enigma


Enigma



El viento encerrado en la estatua, la estatua de viento.
Los perros ladrando a la olas y los gallos lejanos cantando a la madrugada.
Hay un nudo por deshacer, y ya no queda tiempo porque ya viene el día, el último; y después vendrá la noche.
Descifra, célebre descifrador de entuertos, ¡Oh sabio!, ¿cuál es la clave de este entuerto?
"No tengo tiempo que perder. Me he cansado de todos los enigmas. Ahora sólo me preocupan los hechos concretos que puedo tocar."
¿El viento encerrado en la estatua o la estatua hecha de viento?
Convengamos en algo. Al final nos morimos. Y nadie nos preguntará nada.

jueves, 9 de febrero de 2012

El sabio Cheng y el emperador Hua

Cheng Kuai Le, fue un sabio chino que vivió en el Lejano Imperio, durante la dinastía Ming, cuando en Europa corría el siglo quince.
El emperador niño Hua Yu había recogido al anciano Cheng de la calle, donde aquel sabio vivía de las monedas que los campesinos depositaban en su sombrero por oírle contar historias y escribirlas en hojas de papel de arroz, que colgaban a la puerta de sus hogares para que les trajera buena fortuna.
Cheng Kuai se divertía escribiendo obscenidades que los pueblerinos eran incapaces de descifrar, y ello despertó la curiosidad del emperador niño en uno de sus paseos, que acostumbraba a realizar de incógnito, disfrazado de caminante y seguido a cierta distancia por tres de sus guardianes.
Un día al cruzar una aldea se asombró leyendo frases como “la caca me sea propicia”, “ojalá hoy el agujero del culo no se me cierre” o “mi pene apunta al cielo cada madrugada”. Preguntó qué significaban aquellas sentencias sin revelar su contenido y los campesinos, muy felices, le indicaron su propósito y lo que suponían que transcribían: “el cielo me sea propicio hoy”, “que el mal no atraviese esta puerta”, etc.
Hua Yu buscó a Cheng Kuai Le y, manteniendo su disfraz, le entregó unas monedas para que el buen anciano le escribiera: “doce dioses protegen cada esquina de esta casa y a sus moradores” exactamente en doce caracteres. El anciano escribió exactamente doce caracteres, pero su sentencia, pudo leer Hua Yu, decía: “una prodigiosa facultad me sobreviene muchas veces, puedo olerme mi propio culo”. El joven quiso saber, inocentemente, cual señalaría el anciano como el carácter referido al hogar, y Cheng, sin dudar, con un dedo encogido por la artrosis, pero seguro, apuntó a la palabra “culo”. Desveló entonces el joven su identidad, mientras soltaba una prodigiosa carcajada que heló la sangre en las venas al viejo sabio. El muchacho lo tranquilizó y le informó de que se trasladaría a su palacio para que le divirtiese y le enseñase, pues un emperador necesitaba de un buen maestro.
El anciano se atrevió a rechazar tan alto honor aludiendo a su senectud, y, como consecuencia de ella, su incapacidad para adaptarse a otra vida que no fuera esta, tan humilde, que llevaba.
El emperador niño insistió y le sugirió que no tenía que vivir en el palacio, que podría hacerlo en el jardín, en el que le construiría una cabaña junto al arroyo, donde podría disfrutar de paz y soledad para meditar, dormir o pescar según fuera su gusto. A cambio sólo le pedía que lo recibiera una vez al día para cruzar unas palabras y aprender de su amplia experiencia. También podría enseñarle su técnica de escritura, que rozaba la perfección según podía apreciar.
El anciano terminó por aceptar, y se trasladó al palacio del emperador. Unos días más tarde ya estaba instalado en su cabaña del jardín, el cual ocupaba varias hectáreas, y que había sido diseñado personalmente por el propio emperador, quien había planeado la ubicación de cada montículo, cada bosquecillo y cada puente.
Durante años el emperador niño acudió a la cabaña de Cheng y charló con él de muchos temas. Cuando regresaba a sus aposentos anotaba cuidadosamente la conversación y reflexionaba sobre las enseñanzas que cada palabra de Cheng contenía. Cuando Cheng murió, unos años después, el emperador al que ya no podía calificarse de niño, aunque, a su pesar, seguía siéndolo en la mente de sus súbditos, compiló un grueso volumen con aquellas conversaciones e hizo publicar muchas copias, que repartió por las aldeas de su reino en un meritorio afán de que el pueblo se enriqueciera con aquellas enseñanzas.
Mandó emisarios entregando una copia por cada casa; copias que los campesinos recogían con mucha reverencia, pero, incapaces de aprovecharse de ella, dejaban abandonada en cualquier rincón. Muchas acabaron como combustible o como envoltorios, en incluso colgando de los dinteles de ventanas y puertas, de la misma manera que lo hacían con las burlonas frases que, en otro tiempo, el anciano les escribía por unas monedas.
Esto desató las iras del emperador que, al advertir dónde habían ido a parar las enseñanzas de Cheng, fue poseído de tal furia, que mandó asolar toda una aldea y no dejar con vida anciano, mujer, niño ni animal.

Esperando

Espero
no se puede disfrazar de otra manera, solo eso, “espero”.
No hago nada salvo esperar.
Tengo muchas cosas que hacer. O no. Podría no hacerlas y no pasaría nada. Probablemente no haré nada, salvo esperar.
Mientras no llegas, nada es importante. Pienso en esas cosas que tengo que hacer y me digo, pueden esperar. A lo mejor no pueden esperar, y en algún remoto lugar del mundo ocurre un cataclismo por mi culpa. Porque yo solo estaba esperando. Y no hacía nada.
¿Y usted qué hacía? Me preguntarán.
Y yo responderé: estaba esperando.
¿Y no se daba cuenta de lo importante que era lo que no hizo?
Y yo responderé: no.
Y me seguirá pareciendo que no era importante. Porque aún sigo esperando.
Pero si ya no espero, tampoco me parecerá importante. Nada me parecerá importante salvo una cosa. Que ya has llegado.
Es una vida simple la mía.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Pobre loco

No deja de ser curioso, por más casual que sea, que el mismo día de escribir el post anterior, entraran a robar en casa del vecino de enfrente. Es decir, reclama uno, aunque sea retóricamente porque sabe que es una petición inútil, un poco de paz y felicidad, y la realidad te lanza una advertencia para que te dejes de imbecilidades y te mantengas en guardia y recuerdes que vivir es estar siempre amenazado.

martes, 7 de febrero de 2012

Pobre loco

Quiero volverme loco. Quiero volverme loco y perder de vista este mundo. Quiero andar como un sonámbulo por las calles. Alucinado. Sonriendo a la gente, amando a las hermosas muchachas. Gozando de los colores sangrantes que la caída de la tarde le presta a los altos edificios acristalados. Quiero sonreír solo y que las gentes me crean un hombre feliz o un loco. Quiero leer maravillosos libros que me trasporten a mundos gentiles. Quiero descubrir la felicidad en cada esquina. Prestar atención a los juegos de los niños, a los besos de los amantes, a las miradas acariciadoras de una pareja de ancianos. Quiero vivir en un mundo imposible de “buenos días, ¿cómo se encuentra usted esta mañana?, déjeme ayudarla con el bolso”. Quiero de los pobres reciten poesía, y los ricos sean buenas personas. Que los coches no echen humo, que la lluvia sea serena, que el mar siempre tenga la temperatura justa, que brille el sol en días alternos. Quiero gentes amables que gocen de su labor, y que a todos nos preocupe la angustia del otro y hagamos por resolverla. Quiero que partamos el pan y el vino. ¿Qué más quiero? Quiero que no haya amor no correspondido. Y que nadie sepa qué significa la palabra odiar. Quiero que crezcan flores naturales en los parterres y árboles frutales en los jardines. Que los domingos por la mañana los niños puedan subirse a los árboles. Y que lo padres puedan quedarse en la cama haciendo el amor. Quiero que las puertas olviden las cerraduras. Quiero que las distancias se acorten, que los libros se regalen, que los locos lean en voz alta a los poetas por las calles. Quiero volver a escuchar el sonido y el canto del afilador, el del heladero, el del barquillo, el del cabrero. Quiero un mundo sencillo y feliz.

Sí, ya sé lo que piensan, “pobre loco”

sábado, 4 de febrero de 2012

Leer

En un artículo de Rubén se habla de Javier Marías, que dice ser un “escritor de brújula”. Es la idea que hay dos tipos de escritores: los escritores de mapa y los escritores de brújula. Los escritores de mapa son los que antes de empezar a escribir ya tienen toda la historia en la cabeza. Una vez perfectamente imaginada lo que hacen es volcar todo eso al papel y organizarlo de la manera más efectiva según su parecer para darle forma a todo el material. Los escritores de brújula son aquellos que cuando se sientan a escribir no tienen la menor idea de lo que les va a salir. Parten de una situación inicial, es cierto, y supongo que tienen un vago aroma de por dónde quieren que vayan las cosas, pero cada sesión de escritura es una aventura y avanzan según los ánimos y la “inspiración” de ese momento. Naturalmente de esto, entiendo, resulta un material básico, materia prima. Luego lleva un proceso de construcción, de reelaboración, de organización de ese material siguiendo algún criterio.
Suponiendo que las cosas son de esa manera, debe, necesariamente haber dos formas de enfrentar la lectura. No es lo mismo leer un libro que es una estructura metódica y planificada que leer un libro que es un fluir de situaciones. Para los primeros, tiene razón Nabokov cuando dice que hay que distanciarse del texto, alejarse como se aleja uno de un cuadro para tener una visión de conjunto, para lo cual, en un libro, la relectura es imprescindible, y es imprescindible ese distanciamiento para percibir la habilidad del autor en construir la historia y llevar y traer los personajes para que su relato se desarrolle cumpliendo los hitos en cada momento. Ese aspecto del libro es tan disfrutable como la propia narración y cuando uno no le presta atención a eso, evidentemente se está perdiendo una parte muy importante de la creación.
Sin embargo cuando uno lee un libro de la otra categoría no creo que valga ese distanciamiento. No disfrutarías convenientemente del libro, de la historia, sin sumergirte en ella, sin dejarte llevar por los meandros de palabras y situaciones por los que se dejó resbalar en su momento el autor cuando lo estaba escribiendo, sin asumirte como uno de los personajes o el propio autor que narra.
Nabokov tiene una preferencia por los libros de la primera clase según creo deducir en este artículo, mientras que yo tengo una clara preferencia -preferencia no es exclusión de lo no preferido-, por los libros de la segunda clase: los libros de autores locos, que no saben qué va a salir cuando se ponen a escribir, que escriben de pié en servilleta; los autores que tienen a la literatura como una amante y no como una esposa al decir de Onetti comparándose con Vargas Llosa según anécdota que ambos contaban.
En cualquier caso, mi forma de acercarme a la literatura se asemeja demasiado a lo que Nabokov -sí, me he sentido herido- llama un lector de segunda fila, por mi tendencia a creerme lo que me cuentan los libros mientras los estoy leyendo, por mi tendencia a incluirme como personaje y a asumir los defectos y las virtudes de los personajes con los que me identifico. Pero eso creo hacerlo con la clase de autores, o la clase de obras, que he descrito en segundo lugar. Obras en las que a mí me parece que el autor se muestra, sí, a sí mismo, o, al menos, una parte de sí. Por otro lado, en cuanto cierro el libro, todo ese mundo desaparece y yo vuelvo, lastimosamente, a la realidad; tal vez levemente transformado, pero casi siempre siendo el mismo. No he conseguido aún, quedar atrapado en uno de esos mundos (nota: dudo de esto).
No creo, sin embargo, confundir obra con autor, aunque es cierto que me hago con una idea del autor basada en sus obras, porque, al fin y al cabo, para mi, el autor no es el señor que escribió esos libros, sino el espíritu de él que se queda en mí después de haberlos leído. Quiero con esto decir que los escritores son, generalmente, unos seres inmateriales que viven dentro de unos seres reales que son los señores que escriben.
Es verdad que Nabokov en el artículo viene a decir -vengo a entender- que un lector debe hacer esas dos lecturas al mismo tiempo, por eso habla de leer “no tanto con el corazón o con el cerebro, sino con la espina dorsal”. Es decir, que debe conseguir meterse dentro de la narración tanto como estar distante de ella para observar las industrias empleadas por el autor para construirla -o, si se trata de un autor de los de brújula, las maneras que tiene de explorar ese mundo que va descubriendo a medida que los crea. Supongo que sería uno un lector perfecto si consiguiera eso, llorar con, no se, el reencuentro de Bayardo San Román y Ángela Vicario al mismo tiempo que se maravilla por cómo ha conseguido don Gabriel llegar hasta ese momento y luego volver al pueblo para seguir recabando testimonios sobre el insólito imposible de que Santiago Nassar fuera el último que se enteró de que lo iban a matar.
Yo creo que si uno disfruta de verdad con una obra es porque va advirtiendo implícitamente esos detalles de construcción, de expresión, esas maneras que reconoce en el autor si ya es un viejo amigo o que identifica como novedosas, si no. Lo difícil es luego verbalizarlas, fijarlas con la mirada -porque se pierden como las estrellas cuando las miras fijamente-, decir por esto, por esto y por esto me ha gustado esta novela o este poema o esta canción. Muy pocas veces he encontrado a nadie que de verdad haya sabido explicar eso, por qué, de forma precisa, le ha gustado una obra. A cambio se enredan en una descripción “geomorfológica”, “morfomecánica”, “cuántico-analítica” de la obra como si eso explicara algo. Sí, tal vez den con las herramientas que utilizó el autor para levantar la obra, lo mismo que se puede dividir en secciones el cerebro, y asignarle a cada sección una función aproximada, pero eso no acaba de explicar ese mundo imaginario que se nos despliega dentro cuando leemos.
En resumen, no estoy de acuerdo con Nabokov en que todas las obras literarias son producto de un trabajo de ingeniería y sí estoy de acuerdo con él en que uno debe aprender a disfrutar de una obra literaria en otros aspectos que el meramente narrativo. Y me digo que yo creo que lo hacemos aunque luego no seamos capaces de explicarlo. Y que cuando nos aburrimos de una novela es porque resulta carente de elementos más allá de la mera narración: carisma del autor, artificios literaros, estructura, en fin, el resto de elementos que hacen que brille la narración.

jueves, 2 de febrero de 2012

Crónica de una muerte anunciada

Después de leer Crónica de una muerte anunciada me siento como si la mujer de la que estoy enamorado me acabara de decir que ella también me quiere. Creo que es la manera más precisa de describir la emoción que siento. Se acostumbra uno a leer y a leer y acaba entrando en un hábito durante el cual disfrutas de una manera intelectual de las lecturas; de unas más y de otras menos y de muchas nada, pero lees, y sigues leyendo y por momentos te preguntas ¿para qué? Y acabas viendo el acto de la lectura como un absurdo, palabra tras palabra, línea tras línea, frases que terminan por no significar nada; historias, sí, pero, ¿que llevan adónde? Como cuando repites mucho una misma palabra y llega un momento en que no sabes ni qué significa. Pero de pronto te encuentras un libro como este y recuperas de un golpe, de un zapatazo, toda la confianza y el amor a la literatura, y se te recargan las razones de por qué leer: para volver a sentir esto que siento ahora; esta euforia, esta gana de seguir leyendo. Esta gana de vivir para leer, solo leer. Y amar a la literatura.