miércoles, 7 de marzo de 2012

Laurent, ses amies et les cimetières.

Laurent conoce a sus amigas en el cementerio de Père-Lachaise de París. Los domingos por la tarde, si hace sol, se recuesta sobre una lápida que hay cerca de la tumba de Victor Noir, que ahora está rodeada por una cerca y no dejan pasar a tocarle el bulto ni lustrarle las botas. "Toute dégradation par graffitis, frottements indécents ou autre moyen est passible de poursuites." y se presta de sustituto. La mera expectativa de que alguna joven señorita haga uso de su buena voluntad es suficiente para mantener el bulto; en cuanto a las botas, las lleva ya lustradas por limar escrúpulos.

Si tiene suerte no lo echan en toda la tarde; si tiene menos suerte, alguna vieja resabiada lo denuncia al guarda que lo expulsa a cachetadas. Después de eso, otro tipo de viejas pueden acercarse a acariciarle el bulto y no se despegan de él hasta que cierran. O una niñita curiosa y entrometida se aproxima para hacerle preguntas a veces algo comprometidas de contestar. Muy muy ocasionalmente puede aproximarse alguna chica de provincias ansiosa y/o desesperada que es a la que Laurent espera con sacrificada paciencia.

Ellas al principio reaccionan contrariadas al hallar la inesperada cerca bordeando el mítico sepulcro. Laurent, rígido, muy en su papel de estatua yacente, les explica su cargo de sustituto voluntario y ellas, después de dudar un poco, se aproximan decididas.
Mientras ellas proceden, Laurent, profesional, procura contener los temblores que le acometen y solo después de asegurarse de que no van a volver por sus pasos, cuando las ve desaparecer por el recodo del camino, se relaja y, casi siempre, se corre. Después, si la chica vale la pena, se incorpora, se sacude el verdín con que simulaba el bronce envejecido, se deshace del preservativo que viste siempre muy precavidamente como parte del disfraz, y corre tras ella.

Con pocas ha conseguido tener un affaire. La última, al principio muy inocente, muy temerosa, se acabó transformando en un mal bicho. Los celos alimentaban constantemente los rayos mortales que proyectaban sus ojos y la energía que impulsaban sus uñas. Laurent tuvo que abandonar su afición durante el tiempo que convivió con ella, no porque ella se lo prohibiera, que lo hacía, sino porque el verdín no ocultaba las marcas de los arañazos en la cara sino que empeoraba el efecto y las chicas se asustaban al verlo. Cuando por fin le abandonó – el piso era de él – se llevó su nombre de cuenta y su password y se dedicó a insultar a todo el mundo en los grupos de discusión en los que estaba inscrito Laurent hasta que consiguió que lo echaran de la mayoría de ellos.

Con el tiempo vuelve a aparecer por el cementerio e iniciar un nuevo ciclo. Nunca pierde la esperanza de encontrar a la mujer de su vida.

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