No creerán nada de lo que les cuento.
Hacen bien. Yo tampoco lo creería. Pero lo contaré igual. Léanlo o
no. Créanlo o no. A mí me hace bien contarlo.
Desde hacía ya algún tiempo, me venía
molestando un desagradable dolor en el culo. Claro, yo lo silenciaba
porque soy un hombre, y la primera ley es callar cualquier problema
que ocurra al sur de la cintura. Pero las cosas alcanzaron un grado
tal que necesité ayuda urgente.
Al principio creí, cosa normal, que se
trataba de una vulgar hemorroides. Estuve tratándola con todos los
remedios populares que me llegaban a los oídos o la memoria,
excluyendo el sexo anal y meterme un palo untado de petróleo por el
culo. (La señora en cuestión que lo comentó no se lo hacía ella
misma, sino que aplicaba esta metodología a su marido, un
exseminarista chupado de cara y que en presencia de su mujer siempre
parecía mirar al suelo al tiempo que mantenía un mutismo sumiso)
Pero nada funcionó. Cuando el dolor me impidió acudir a una cita
con cierta muchacha que reclamaban mis habilidades amatorias a cambio
de módicas cantidades de dinero, decidí que tenía un problema.
Pedí cita para mi médico de
cabecera... que resultó ser médica. La segunda ley es no contar
nunca problemas íntimos a una mujer que te puedas tirar. No es que
me quiera o pueda follar a mi médica, pero en tanto en cuanto es
mujer y me encierro con ella a solas en un cuarto, siempre cabe una
posibilidad. Así que le expliqué mis dificultades con la digestión,
me recetó un digestivo y salí pitando en espera de que se fuera de
vacaciones y pusieran de sustituto a unos de esos médicos
sudamericanos tan campechanos.
La segunda cita también resultó
fallida y me marché con una receta para un champú fortalecedor del
cabello que, por supuesto, nunca compré -tercera ley, nunca
preocuparse del aspecto físico.
A la tercera cita fue la vencida. El
sudamericano me habló de sus propios problemas y me recetó un
tratamiento que a él le había ido muy bien, pero conmigo no
funcionó. También probé el aloe por recomendación suya y a cambio
tuve que ir una cuarta vez a que me tratara una erupción cutánea
que me provocó el aplicarme la pulpa de la dichosa plantita en el
ojete.
Naturalmente también consulté por
internet, lo que agrandó mi temor al ver asociada la palabra “tumor”
con hemorroides. Pero mi aversión a los médicos pudo más y hablé
de ello con cierta amiga que tiene aficiones esotéricas. Ella me
recomendó vivamente la visita a un chamán. Mi desesperación era
tal que visité al fulano.
No me gustó la cara del tipo: se
parecía a Jesucristo. ¿Cómo le cuentas a Jesucristo que vienes a
verlo porque tienes hemorroides? De hecho no se esperaba nada de eso;
en cuanto me vio dijo que yo era un tipo muy especial que despedía
no sé qué energías y que aún estaba por averiguar si tales
energías eran positivas o negativas. De hecho, continuó, sentía un
doble flujo lo que le desconcertaba bastante.
Hablamos mucho rato y en verdad se
mostró perspicaz pues, a pesar de lo poco que le conté, adivinó la
mayoría de mis grandes conflictos: mi insatisfacción vital, mi
apego por mi madre -me recomendó que la desenterrara, es decir, que
desenterrara su urna, y le hiciera un nuevo entierro siguiendo un
determinado protocolo- mis “conflictos” con las mujeres que, sin
dudarlo, aseveró, desembocarían en una impotencia que solo se
resolvería cuando apaciguara mi ser conmigo mismo.
Por fin decidió que para darme un
diagnóstico más fiable debía hacerme una fotografía del aura.
Como hacía poco que había cobrado la devolución de hacienda decidí
que podía permitírmelo y accedí. Aquí viene el asunto.
En tal fotografía aparecían dos
auras. Una a la altura de la cabeza, que era la propiamente mía, y
que presentaba un magnífico color, con una cierta desviación hacia
el rojo, que por lo visto representaba mi incomodidad más inmediata.
Lo extraordinario era que me aparecía otra aura en torno al culo.
El hombre no podía creerse que mi culo
generase un aura. Al ver la fotografía y su cara de sorpresa tuve
que explicarle el verdadero motivo de mi visita y él se reprochó,
lo que lo elevó un poquito ante mis ojos, el no haberlo
adivinado. No obstante la fotografía del doble aura le alarmó
porque no le parecía normal que una simple almorrana fuera capaz de
generar un aura. Y así, ya casi por interés científico, me pidió
que me hiciera una nueva fotografía, esta ya más de corte
experimental, en su ámbito, que permitía revelar presencias
extrañas.
Visitamos a un amigo suyo que disponía
de un laboratorio fotográfico ciertamente extraño. Me hicieron
quedar de pie en medio de una muralla de focos y cámara y me dejaron
encerrado en la habitación completamente a oscuras durante largos
minutos. Las cámaras se disparaban cada cierto tiempo haciendo un
ruido muy siniestro. Cuando por fin se encendió la luz, y entraron
los dos hombres pude relajarme y correr al baño donde defequé con
mucho dolor y efusión sanguínea.
Cuando regresé ambos estaban mirándose
uno al otro con cara de espanto. Les pregunté qué es lo que habían
descubierto, con bastante temor yo mismo, y me mostraron la
fotografía que acababan de revelar. Allí aparecía yo de pie y si
me fijaba bien, agachado detrás de mí y metiéndome un dedo en el
culo, podía verse la silueta de un extraño y diabólico personaje
que sonreía de satisfacción.
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Esta es mi historia. Hace meses de
esto. Y desde entonces no puedo dormir. Aparte el dolor al que, ser
humano al fin, me voy acostumbrando, a causa de esa presencia
constante que ahora -sugestión será, pero para el caso- siento
presente, siempre con su insidioso dedo insertado en mi ano. Lo
imagino por la noche sobre mi o debajo de mi o al lado de mi cama
sonriéndome malignamente, un brazo extendido perdiéndose al otro
lado de mi cintura. Me estoy volviendo loco. Bebo, fumo, y me
masturbo frenéticamente tratando de olvidarlo, pero es imposible. No
puedo ni pensar en volver a visitar a mi señorita complaciente por
temor a que advierta que ahora siempre voy acompañado y quiera
cobrarme el doble por hacerlo con mirón. No obstante creo que estoy
perdiendo la potencia sexual a juzgar por la escasa excitación que
consigo mirando pornografía para hacerme las manuelas. Me vuelvo
loco señores y necesito ayuda. El chamán se ha desentendido de mí,
incapaz de dar con una solución. Ha prometido buscar a alguien que
me ayude, pero ya he perdido la esperanza. En el trabajo he
solicitado una baja por depresión, pero creo que ya no volveré. De
todas maneras me iban a echar en el próximo “ajuste de personal”.
No merezco este castigo. ¡qué haré, qué haré! ¡Ayúdenme!