Mi padre me lo
dijo el día que cumplí los catorce años: mira hijo, tú en realidad no eres hijo
nuestro. Ocurrió, hoy hacen exactamente catorce años, que una gran piedra cayó
del cielo. Hizo un hueco tremendo que luego aprovechamos para construir el
embalse ese de ahí detrás. Pues dentro de la piedra estabas tú. Ni más ni
menos. Osea que viniste del cielo. Todas esas facultades que tienes, y que
siempre te hemos recomendado que ocultes lo mejor que puedas, no pertenecen a
este mundo. Ahora ya lo sabes. Quizá estés predestinado para hacer grandes
cosas. Quizá sólo seas un exilado del espacio exterior, un emigrante
interestelar. En fin. Utiliza tus capacidades para hacer el bien. Y sigue
procurando no revelarlas demasiado si no quieres acabar en uno de esos
manicomios de tipos raros en los que terminan siempre los tipos raros de
Expediente X.
Y así fue como
me hice oficinista. Administrativo, se dice ahora, pero oficinista queda como
más neutro, más oscuro, como de menos valor. Porque lo que hago no sirve para
nada. Trabajo en un despacho varios niveles por encima del nivel de la calle,
tanto figurativa, como realmente. Los documentos que manejo sólo tienen
relación con hechos reales en un segundo o tercer grado. Documentos que hacen
referencia a documentos que hacen referencia a documentos que en algunos casos
hacen referencias a hechos reales como que alguien tenía que mover una
determinada caja desde un lugar en una estantería hasta otro lugar en otra
estantería. También trato con documentos que hacen referencia a documentos que
hacen referencia a documentos que informan que aquella acción no se realizó o
se realizó con posterioridad o anterioridad a lo especificado en el documento
original. En fin. Quizá me tomé demasiado a pecho el consejo de mi padre de no
manifestar en exceso mis capacidades. Sin embargo en este despacho no temo en
absoluto que alguien descubra mi verdadera personalidad. Nadie pasa nunca por
aquí. En realidad dudaría que alguien supiera que existe esta oficina si no
fuera porque siguen llegando documentos que hacen referencia a documentos que
... etc. No he dicho que yo también genero documentos, que a su vez hacen
referencia a aquellos que recibo. Este trajín de entrada y salida de documentos
se realiza vía buzones. Tengo un buzón de salida y otro de entrada. Cada cierto
tiempo abro el de entrada y recojo un paquete de documentos que deposito sobre
mi, a menudo, atestada mesa. No atiendo al trabajo, lo reconozco, con la
diligencia que requiere. Sin embargo esto es una apreciación mía, porque nunca
he recibido, ni directa ni vía un documento específico, ninguna queja. Cada
cierto tiempo empleo mi super velocidad y resuelvo todo el papeleo acumulado y
luego me dedico a hacer otras cosas. Escribo, dibujo, observo con mi super
visión lo que ocurre en la calle. También he tratado de observar en los
despachos vecinos, pero los muros que nos separan tienen un alto contenido en
plomo que por alguna razón me impide la superobservación.
Cuando me aburro
de estar sentado aquí abro la ventana y me tiro por ella. Es otra de mis
supercapacidades, vuelo. Yo más bien creo que es la confianza que pongo en el
acto de abrir la ventana y lanzarme fuera sin titubear. No dejo que mi mente se
pregunte si es lo adecuado salir como si tal cosa por la ventana, sencillamente
lo hago. Quizá por eso no caigo, sino que avanzo en el aire, y luego ya tomo
una corriente que se eleva y me impulso hacia arriba, por encima de los
edificios. Lo que me gusta es observar la ciudad desde el aire. Auténtica vista
de pájaro. Sin medios mecánicos que me sostengan. Lo cierto es que hasta los
propios pájaros me miran sorprendidos, casi diría que molestos de verme ocupar
su espacio de aire durante tanto tiempo.
Voy de allá para
acá mirando las azoteas y las basuras que la gente acumula en ellas, las
azoteas de los viejos edificios son las que más me gustan; volar por encima de Vegueta es como volar por el pasado porque las azoteas siempre permanecen aun
cuando las fachadas y los interiores se modifican. También miro por las
ventanas de los últimos pisos de los edificios altos, y si alguien me descubre
disimulo sacándome el pañuelo y haciendo como que limpio el cristal. Una vez vi
a un jefe tirándose a su secretaria sobre la mesa del despacho, como en las películas, la lástima es que lo que tenía enfrente era exactamente
el peludo culo del tipo con los pantalones bajados moviéndose hacia adelante y
hacia atrás. Cuando toqué en el cristal y el tipo miró por encima del hombro
con cara de susto, me dio la risa pensando lo rápido que se le habría bajado la
erección y la desesperación de la chica al ver que aquello se iba a terminar
dejándola a medias.
Otras veces
sencillamente recorro las calles a treinta o cuarenta metros sobre el suelo,
tratando de identificar alguna dirección desde lo alto. A veces, solo a veces,
invado la propiedad privada posándome en alguna azotea a observar en el
interior de algún cuarto que me llama la atención.
Después de estar
volando un rato vuelvo a mi despacho entrando por la misma ventana por la que
salí y trato de continuar mi trabajo, que en realidad es no hacer nada a la
espera de que llegue la hora de salida.
Lo cierto es que
no me desespero particularmente en esta espera, pero tampoco me demoro en
cuanto se hacen las tres en salir por la puerta del despacho, saludar a mis
compañeros que me imitan lacónicamente y meterme en el ascensor junto a ellos.
En diez años que llevo trabajando en esta empresa -de la cual he olvidado ya
hasta el nombre y su verdadero objetivo comercial- nunca nos hemos dirigido la
palabra para algo más que el saludo matutino y el vespertino. Tampoco he
observado nunca en ellos un ligero cambio en su estricta vestimenta. Sospecho
que son trabajadores serios y ordenados que probablemente mantendrán la
documentación de entrada y salida al día, y me sonrío imaginándome en
comparación con ellos, descamisado y jugando a imitar animalitos en mi despacho
mientras dejo que se vayan acumulando papeles. A veces incluso me da por
desvestirme completamente y revolcarme desnudo entre los papeles esparcidos por
todo cuarto. Me excito y acabo masturbándome
sobre la mesa y limpiándome con cualquier albarán. Imaginando esto, una vez se
me escapó una risita en el estricto silencio del ascensor en descenso. Ambos me
observaron muy serios durante unos segundos y por unos instantes quise entender
que luchaban por relajar sus serios rostros y dirigirme la palabra. Entonces se
detuvo el ascensor y nos precipitamos los tres fuera en el mismo silencio.
Al salir del
edificio me despojo de la chaqueta. Para mí es un símbolo. A partir de ese
instante olvido completamente lo ocurrido en esa mañana. Y este olvido se suma
al olvido de todas las mañanas de días laborables de diez años atrás. Desde el
lado de la calle todas esas mañanas para mí están completamente en negro en mi
memoria. Y sólo las recupero cada mañana al entrar de nuevo en mi despacho. De
vuelta a casa me siento absolutamente una persona. Desde el despacho mi
concepción de mí se limita a aquel despacho, más allá del cual solo puedo
pensar en mí como un escapado que necesariamente acabará volviendo. Ya en la
calle, el horizonte es mucho más amplio para mí y las posibilidades de qué
hacer con mi vida mucho más numerosas. Sin embargo esto no significa que
realice grandes gestas. Me limito a volver a casa en guagua, dormir, leer,
meditar, ver la tele o ir al cine. Esa misma sensación de libertad, de poder
hacer, me inhibe de utilizar mis poderes por miedo a ser descubierto y tratado
como un tipo raro. No es que viva en permanente miedo a ser descubierto, al
contrario, sencillamente ignoro todas las potencialidades extrahumanas que
poseo en favor de una vida tranquilamente libre y particular.