sábado, 20 de julio de 2013

Vida y media

Me levanto cada mañana a eso de las seis. Mientras me afeito se hace el café. Que me tomo después de la ducha. Vestido y peinado como un niño bueno me voy al trabajo en donde permanezco de siete a ocho horas diarias, algo más algo menos. Remuevo papeles que no entiendo. Escribo nuevos papeles que ignoro para qué sirven y se los envío a otros que los firman sin leerlos y luego depositan en unos casilleros que unos terceros recogen nadie sabe muy bien para qué. Tras cada jornada de trabajo regreso a casa. Almuerzo y luego duermo una siesta.
Durante la siesta viajo a extrañas ciudades, cruzo desiertos o me baño en ríos que nunca antes había visto ni sabía que existían. A veces esos ríos pasan por delante de mi casa y me embarco en ellos y me llevan a lugares increíbles donde batallo con extraños seres o conozco a hermosas mujeres con las que practico sexo que me provocan larguísimos orgasmos. Viajo en tren, en barco, vuelo por mí mismo, sin necesidad de alas o cualquier otro adminículo, por la simple voluntad. Terribles monstruos me devoran masticándome minuciosamente, soy perseguido por ejércitos enemigos que nunca me atrapan. Muero, y al instante siguiente estoy de nuevo allí tratando de recordar como era la sensación de haber muerto.
Me despierto de la siesta. Me hago un café. Leo el periódico mientras espero a que se haga. Y miro la televisión mientras me lo tomo. Me paso el resto de la tarde leyendo o delante del ordenador haciendo no sé qué. A determinada hora saco al perro a pasear al parque. No hablo con la gente, mi perro, en cambio, es más sociable que yo y alterna con todos los perros y con los amos. Regreso a casa, ceno ligero y leo un rato antes de ducharme y acostarme. Me duermo.
Entonces veo gente que me saluda, me toma de la mano y me monta en extraños vehículos que me permiten viajar por el espacio sin necesidad de trajes estrafalarios. Subo a altísimas montañas escalando con mis propias manos y me dejo caer hasta llegar al suelo con la suavidad de un papel o una pluma. Visito ciudades en las que no he estado y salto de edificio a edificio como si fuera un gigante o me pierdo por larguísimas avenidas o reviso minuciosos detalles, un callejón, una placita, un comercio. Voy de la mano de hermosas mujeres que me desean, me besan, me aman. Y su simple compañía me llena de un gozo inexpresable.
 En algún momento me despierto y (vuelva arriba)

2 comentarios:

  1. y quién te dice que todo lo del sueño no es la realidad y que sueñas que vas a trabajar y a rellenar papeles... ya lo dijo Calderón.

    ResponderEliminar