martes, 24 de septiembre de 2013

Empusas, lamias o mormolicias ¿dónde?

Pues una vez que caminaba él solo por el camino de Cencreas, se le presentó una aparición y se convirtió en mujer. Lo tomó de la mano, asegurándole que lo amaba hacía tiempo; que era fenicia y vivía en un arrabal de Corinto. Dándole el nombre del arrabal, añadió:
-Si vas a la tarde, habrá para ti una canción, pues yo te cantaré, y vino como nunca lo bebiste. Además, no te molestará ningún competidor; sino que yo hermosa, viviré con un hombre hermoso.
Seducido por eso, el joven, que para la filosofía en general poseía gran vigor, pero que de lo amoroso era un esclavo, la visitó por la tarde, y la frecuentó en adelante como a su amiga, sin reconocer al fantasma.
Pero Apolonio, mirando a Menipo al modo de un escultor, delineó al joven y lo escrutó, así que, llegando a una conclusión negativa, dijo:
-Tú, hermoso sin duda, y objeto de acecho de las mujeres hermosas, acaricias una serpiente, y una serpiente a ti – y, ante la sorpresa de Menipo, añadió– Porque tu mujer no es una esposa. ¿Qué? ¿Piensas que eres amado por ella?
-Sí, por Zeus –contestó- , puesto que se comporta conmigo como quien ama.
-¿Y te casarías con ella –añadió.
-Efectivamente, sería grato casarse con la que nos ama.
Así pues, preguntó:
-¿Y las bodas, cuando?
-Prontas -contestó-, quizá mañana.
Así que Apolonio, acechando el momento del banquete y presentándose a los comensales recién llegados les dijo:
-¿Dónde está esa elegante dama por la que habéis venido?
-Allí -dijo Menipo, y al tiempo se levantó ruborizado.
-¿Y la plata, el oro y lo demás con lo que está adornada la sala del banquete, de quién de vosotros es?
-De mi mujer, pues esto es todo lo mío –contestó, señalado su mando de filósofo.
Apolonio dijo:
-¿Conocéis los jardines de Tántalo, que son, pero no son? Pensad eso de esta ornamentación. Pues no es materia, sino apariencia de materia.Y para que sepáis lo que quiero decir, la buena novia es una de las empusas, a las que la gente considera lamias o mormolicias. Esas pueden amar, y aman los placeres sexuales, pero sobre todo la carne humana, y seducen con los placeres sexuales a quienes desean devorar. (Apolonio de Tiana, de Filóstrato)

No hemos sido hermosos, aunque sí algo filósofos, queremos creer. Y no hemos merecido la aparición, en uno de nuestros paseos solitarios, de una de estas empusas con ansia de colmarnos de placeres sexuales y riquezas a cambio del ridículo precio de entregarles nuestro joven cuerpo y nuestra fresca y pura sangre.
 ¡Ay, qué malos tiempos nos ha tocado vivir!

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