jueves, 19 de septiembre de 2013

Georges Perec

Los libros te sirven para comprender o más bien para confirmar lo que ya sabías sobre ti. Pero luego no haces nada con ese conocimiento. Cierras el libro y pasas a otra cosa. 


Durante mucho tiempo has construido y destruido tus refugios: el orden o la inacción, la deriva o el sueño, las rondas nocturnas los instantes neutros, la fuga de las luces y las sombras.Quizá podrías, aún durante mucho tiempo, continuar mintiéndote, embruteciéndote, emperrándote. Pero el juego ha terminado, la gran juerga, la ebriedad falaz de la vida suspendida. El mundo no se ha movido y tú no has cambiado. La indiferencia no te ha dejado indiferente.
No estás muerto. No te has vuelto loco.
Los desastres no existen, están en otra parte. La menor de las catástrofes quizá habría bastado para salvarte: lo habrías perdido todo, habrías tenido algo para defender, palabras que decir para convencer, para conmover. Pero ni siquiera estás enfermo. Ni tus días ni tus noches están en peligro. Tus ojos ven, tu mano no tiembla, tu pulso es regular, tu corazón late. Si fueses feo, quizá tu fealdad sería fascinante, pero ni siquiera eres feo, ni jorobado, ni tartamudo, ni manco, ni tullido, y ni siquiera cojo.
Ninguna maldición te pesa sobre los hombros. Quizá seas un monstruo, pero no un monstruo de los Infiernos. No necesitas retorcerte, aullar. No te espera ninguna prueba, ninguna roca de Sísifo, no se te dará ninguna copa para de inmediato retirártela, ningún cuervo te sacará tus globos oculares, a ningún buitre se le ha infligido la indigesta pena de manducarte el hígado mañana, tarde y noche. No tienes que arrastrarte ante tus jueces suplicando clemencia, implorando piedad. Nadie te condena y no has cometido falta alguna. Nadie te mira para girarse horrorizado de inmediato.
El tiempo, que vela todo, ha dado la solución, a tu pesar. El tiempo, que conoce la respuesta, ha seguido transcurriendo.
En un día como este, algo más tarde o más temprano, todo vuelve a empezar, todo empieza, todo continúa. 
Deja de hablar como un hombre que sueña.
Un hombre que duerme. Georges Perec (trad. Mercedes Cebrian)
                                               

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