jueves, 28 de agosto de 2014

Abolir la televisión

"Hoy en día ya no es posible una revolución"

Me raspa como un alfiler en el ojo esa expresión de "hoy en día".

¿Qué entenderá esta gente por revolución?

Prueba a, simplemente, eliminar la televisión y verás transformarse de la noche a la mañana a todo un país.

La televisión es, ahora mismo, pues tal vez durante un tiempo significó un acelerante de la toma de conciencia de la humanidad como una entidad global, un ralentizador del progreso de la humanidad. Porque es un adormecedor de conciencias, un mecanismo de hipnosis colectiva.

La televisión llena el tiempo de manera ya inútil, porque su poder instructivo se ha visto sobrepasado por su papel de mero entretenimiento. El tipo de instrucción que ofrece es superficial e inocua.

Una instrucción no inocua es la que empuja a cambiar de actitud, la que te incita a hacerte preguntas y a buscar respuestas, la que te muestra el bienestar ajeno y te hace preguntarte, ¿por qué yo no?

En cambio, lo que predomina en la televisión es la exhibición de la desgracia ajena, que te hace temer cualquier cambio, que te infunde miedo, y sentimiento de culpa de querer algo mejor cuando "ya lo tienes todo".

Hay que recuperar la calle. Volver a la calle como medio de relación entre las personas. Nuestra sociedad se está individualizando. Y esa individualización genera el temor, la desconfianza del otro. Sumado esto al efecto de la televisión que se especializa en mostrarte las desgracias que les suceden a los otros, acabas temiéndolos, por haber perdido el contacto con ello, a los otros, a todos los otros desconocidos, amenazantes, de los cuales, por la pérdida de contacto, has perdido el conocimiento delo que puedes y no puedes esperar.

El control de la televisión es clave para cambiar. Y ese control solo para reducirla a su mínima expresión. Para alejarla de las manos del mercado, sobretodo. El control de la televisión y más específicamente su abolición es, "hoy en día", la única posibilidad de revolución.


miércoles, 27 de agosto de 2014

Otro final

Mientras tú existas... 

Mientras tú existas, 
mientras mi mirada 
te busque más allá de las colinas, 
mientras nada 
me llene el corazón, 
si no es tu imagen, y haya 
una remota posibilidad de que estés viva 
en algún sitio, iluminada 
por una luz cualquiera... 
                                              Mientras 
yo presienta que eres y te llamas 
así, con ese nombre tuyo 
tan pequeño, 
seguiré como ahora, amada 
mía, 
transido de distancia, 
bajo ese amor que crece y no se muere, 
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.
 (Ángel González)

Ya no,
ya no puedo seguir sosteniendo firmemente
esta vela encendida
mientras camino por el largo pasillo frío
de la desesperanza.
Ya no puedo,
y sigo haciéndolo, aquí me ves,
prendiendo una y otra vez el pabilo
del cabo gastado de cera que aún sostengo
inútil ya para iluminar nada
más que mi fantasmal rostro cansado.

Lo peor de todo es que no tengo el rostro cansado, ni fantasmal, el pasillo es tan amplio como yo quiera extenderlo, la luz tan luminosa como quiera abrir los ojos y ya pronto no recordaré pasillos ni oscuridades, todo me parecerá como siempre ha sido, no habrá atrás adonde mirar, y estaré tan perdido como siempre. Espero, eso sí, no haber aprendido nada, que aún siga creyendo que hay que buscar, en este inmenso espacio vacío, una pista, un camino, una orientación de hacia dónde, qué, por qué, o lo que sea que me mantenga ocupado un rato más sin preocuparme demasiado de hallar las respuestas a ninguna de esas inútiles preguntas.


martes, 26 de agosto de 2014

lunes, 25 de agosto de 2014

Carta de Alberto a Demetrio (Paradiso) El despertar de Cemí a la palabra

Los gimnooicos, a semejanza de los gimnosofistas, escuchan la gimnopedia de Satie como la guacamaya apretando entre sus uñas una presunta flauta, le tuerce las abolladuras, pero le lleva el arcoíris. Plenitud, desnudos orifican.
Mucho cuidado con la yerbecita llamada yerbabuena, pues las del sur tienden a prender mejor su vacuna. Pues hay espléndidos sirénidos de la costa norte, que en el arco del sur comen la yerbecita, y empiezan a caérsele punta de la nariz, punta del potrerillo y punta de los dedos de monja. Su potrerillo, respetable tío, disminuye y hay que vigilar sus naturales salidas del cafetal.
Amenazas de la yerbecita, y por otra parte pulpos, chernas y calamares, que engloban y regalan raspadura negra del Averno. Chernas fibromosas, venidas de Gijón, que después de usar el delantal durante veinte años, endurecidas aprietan la torrecilla, gimiendo la madrecita colgada de un perchero:
Ay mare, mi mare,
no quieres ser muertecita
para no asustar al niño
Al pie de mi cama tú.

La peje llamada lora, porque destella como un poliedro ascendit, en el norte la yerbecita le da su maldición, y los pescadores, como el gato en el papel egipcio de demonio, ni lo tocan. Pero en el sur, no hay yerbecita que se le siembre, y su carne se regala mejor que el pago y el emperador. La costa norte es saliente, promontorial, fálica; el sur, costero, es entrante y culiambroso. Seco y húmedo, flauta y corno, glande sin yerba y vulva con yerba.
El teleósteo, reino del hueso, con su caballito de mar, trueca los bronquios en branquias, y lleva el aquejado del athma (en sánscrito, ahogo), a que le penetre una cascada por la boca y sale después furiosa por los costados. Pero al final, las lágrimas de oro aparecen en la cámara mortuoria, donde el Chucho, muestra su morado con eclipses azules y su cola erotigante como la de un gato.
Exquisitos cuidados con el mundo dipnooico, entre los batracios y las culebras, macrocosmos del fabulario. En los pantanos hacen sus oraciones para que el apartamento encendido para una extracción urgente, sea reconocido por raptor y el mondadientes del elevador.
El agua fresca, espejo del fisóstomo, llega hasta la gaita del heno sexonuticio. La anguila que nadaba en el lavabo el día del registro en Teruel, que se quiso esconder en el tubo tragante, impedida de ingurgite por el tapón anguilar del metrón. Terrible porque vive en la tierra y en el mar. Puede reemplazar el tapón anguilar la curva del todo el brazo y quedar estatua con el cosquilleo entre nubes.
La morena verde, seguimos en el espejo del fisóstomo, puede producir escoriaciones en la torrecilla. Y la morena pintada, con su zapote de maldición, ondula por las empalizadas con su pan con jamonada al despedirse de la medianoche.
La cascada saluda al despertar y dentro de la cascada el dejao se despereza cantando. Delicia del dejao, su jaula es una cascada.
El anacantos es una estrofa de la antología de los hiperbóreos. Cómo el bacalao va a curar los males de la visión, si antes los dañó sin conmiseración. La guasa, macilenta y panadera, que quiere lamer los cristales del acuario, se siente hirsuta ante el meñique noruego, que sabe siete idiomas y no pesca jamás un analfabeto.
Tribu guerrera de los plegtognatos, con el caso martillado en las mandíbulas, entrando en combate con el martillo de Thor. El galafate, Tiresias del mar, jocoso, que burla el sentido trágico del anzuelo, el burlador, deja el anzuelo para los reyecitos, y vuelve a dormir en las profundidades, llamando a su fósforo en su cero. El galafate en la cercanía del erizo, con su masa de púas, pero sin el pulso de la clava, astuto teológico y astuto de naturaleza. El uno no muerde el anzuelo; el otro opone la proa al sonsacamiento.
Glanis, pez aristofanesco, consultó al hechicero Bacis y aprendió a no morder el anzuelo, después consultó a Glanis, hermano mayor de Bacis, mejor hechicero aún, que por satisfacer la problemática nominalista, Glanis hechicero, igual a Glanis, pez astuto, le enseñó no solo a no picar el anzuelo, sino a comerse el gusanillo carnada. Ya maduro el pez Glanis, no consultó a su propio nombre, y aprendió a dormir en la curva del anzuelo, paralelizando su sueño con el hechicero pescador.
Gloriosos ganoideos, reyes de la agonía. Crepúsculo pinareño con hilachas verdosas. Tierra de Siena para el primitivo manjuarí cuyo espinazo se estudió en los telares del Bauhaus.  Pez fálico, opuesto a la aleta anal por juramento. Se estira en la tierra, se estira en la agonía, se gana su muerte por estiramiento, como si subiese por la escalinata de Hipólito del Este, muerte del principio a la salida subterránea, del remolino al caos primigenio.
Requiem, réquiem, los tiburones solemnes lanzados al alejandrino raciniano. Tronos para su admiración. Círculos que se abre, que se vuelven, generosos… Peleas de tiburones, con las que Nerón quiso hacer descansar a los toros de lidia. Tienen al mar despierto, removido, círculos formados por los pedruscos caídos en las entrañas.
Lechuza del mar, pez diablo, terror de las metamorfosis. No temas las pesadillas donde se echan sobre nuestras espaldas y nos golpean el costado. Un centenar llega a nuestras costas. Empiezan a llenar de atol un mar hecho para las canoas de hilos de araña. En el acantilado un soldado con su novia. Enarbola su machete, van doblando las manchas, las lechuzas del mar, los pobres diablos de las metamorfosis llevan cosidos los ceros de la muerte, los agujeros para el halcón fulmíneo. Tu muela de cangrejo es un molino para el trigo. Destapas la miniatura de un abismo y le enseñas el huesecillo de las brumas.
Me reitero con el mucho cuidado de pulpos, chernas y calamares, tu enumerativo homérico.

Alberto, rex puer. 

sábado, 9 de agosto de 2014

La Peste Escarlata

Hace unos días estaba escuchando un audio libro de Jack London titulado La Peste Escarlata. Era un libro apocalíptico en el que se contaba, lo contaba uno de los pocos supervivientes de la catástrofe casi sesenta años después, cómo una misteriosa enfermedad había acabado con la mayoría de la población mundial y cómo los que quedaban habían vuelto a un estado de tribalismo recolector.
Entre los que sobrevivieron se había recuperado la vieja “ley del más fuerte”, que volvía a aludir a la fuerza física. Ahora bien, los más fuertes físicamente no suelen ser precisamente los más inteligentes, y estos se volvieron los líderes que al principio aseguraban su liderazgo eliminando todo soplo de competencia. Así que los que eran capaces conservar algo de los avances tecnológicos y la cultura entre los que habían sobrevivido a la Peste Escarlata sucumbían ante la brutalidad de sus semejantes. Sesenta años después el panorama era muy semejante al de diez mil años atrás, aunque probablemente con menos disponibilidad para la supervivencia en un medio salvaje.
Naturalmente esta reflexión me la ha despertado la enfermedad del Ébola que está adquiriendo cada vez más visos de convertirse en una Peste Escarlata para la Humanidad. No soy uno de esos de vocación Isaiana que anuncian a sus semejantes el fin de los tiempos por su desidia. De hecho lo del Ébola hasta me parece un apocalipsis amable al lado de los bombardeos ofensivos o defensivos, las independencias traumáticas con derribo de aviones por despiste, los anuncios de ablación institucional, los desfalcos económicos de los otros para distraer los nuestros, o los dos largos años que nos quedan –y quien sabe– de legislatura PoPera –por no incluir mis circunstancias personales, que esa asignatura nueva me tiene hablando solo y que la muchacha que me gusta sigue pensando que soy un intolerable borracho de palabras.
Siento parecer insensible cuando digo que lo del Ébola me preocupa relativamente –“sí, ya verías tú si te preocupaba cuando algún pariente tuyo o tú mismo estuviera contagiado”, pues claro que me preocuparía entonces, lo mismo que me preocuparía más lo de los bombardeos si yo estuviera debajo de las bombas y me preocuparía más lo de la ablación si yo viviera en uno de esos países que la imponen de grado o a la fuerza y fuera mujer; no puedo, como no puede  la mayoría, desprenderme de los miedos con que actúa mi instinto de supervivencia; a veces pienso que ojalá fuese más racional, pero soy esto que soy y más o menos me aguanto, qué remedio– de hecho la perspectiva de La Peste Escarlata de Jack London no me parece mala. Ya hace algún tiempo vi una magnífica película que hablaba de cómo evolucionaría el Planeta si la gente desapareciera, y me pareció de lo más esperanzadora.
Lo miro con descarada ironía porque con todo lo grave que es –se trata de un virus mortífero de esos tan absurdos como la propia Humanidad que acaba con la mayoría de sus huéspedes con lo cual, como la Humanidad, es uno de esos virus que escarba los agujeros debajo de sus propios pies– estoy seguro de que no aprenderemos nada de esto.
De hecho, que a los más concienciados, los más combativos, les preocupen cosas como si el Estado paga o no paga el traslado de un sacerdote desde uno de esos países afectados hasta nuestro país y no les preocupa que la OMS haya decretado que con el fin de no propagar la enfermedad –riesgo cero de contagio en Europa, por el momento –nadie contagiado o expuesto debería viajar fuera de la zona, demuestra la falta de concentración con que se está abordando un problema tan grave.  De hecho, que aprovechando la crisis de distracción de las noticias uno de nuestros premios Nóbel de la paz acabe de ordenar un bombardeo sobre Iraq, que parece que aquello no les ha quedado a su gusto y han decidido emplear otra vez esa técnica de solucionar los problemas que es “matarlos a todos y que Dios escoja a los suyos”, demuestra que sigue preocupando menos este pequeñísimo enemigo que aquellos grandes y auténticos como son los moros salvajes intransigentes que no nos dejan vivir en paz –¿Gaza?, ¿eso qué es?
Tal vez alguna compañía farmacéutica esté aprovechando para acelerar las investigaciones de su nuevo producto comercial: antievolín, que la hará multiplicar sus ingresos en los próximos veinte años y eso será el provecho que saquemos de esta nueva crisis mundial (que lo es, pero poco). Pero lo que es un aprendizaje para la Humanidad, la necesidad de centrar nuestros esfuerzos en los verdaderos problemas, la necesidad de reducir la miseria, de las personas y de los países, verdaderos puntos débiles de la supervivencia, si tenemos en cuenta que este tipo de enfermedades incontrolables son ciertamente una seria amenaza –casi más grave que la propia Humanidad para sí misma –, nada.
Por eso lo miro todo con esta medio-sonrisa o risa descarada. Pero también me emociono cuando pienso en esos tipos que están dispuestos a embarcarse y echar una mano sin importarles lo de los bombardeos, lo de las compañías farmacéuticas o si le pagan o no le pagan el viaje al sacerdote, lo de los dineros escondidos o dónde se caerá el próximo avión. O importándoles, pero menos que conseguir llegar a la zona, enfundarse uno de esos trajes blancos que distraen del miedo al contagio y meterse a intentar salvar vidas o al menos proporcionar el consuelo a los que morirán irremediablemente de que alguien se preocupó por ellos. Un saludo a todos, emocionado, qué más da, emocionado.


viernes, 1 de agosto de 2014

Conjuros

Toda expresión oral o escrita lleva implícita una serie de supuestos que el oyente o lector asume o debe asumir para comprender el mensaje. De otra manera el mensaje se vuelve críptico, incoherente o contradictorio. Debemos entender que lo que está diciendo el otro tiene un contexto y que dentro de ese contexto es coherente lo que expresa. Cuando uno lee una novela  asume un universo distinto, un tiempo distinto, unos comportamientos y emociones de los personajes que no ha verificado en la realidad, al menos tal y como se manifiestan en las novelas, pero se los cree porque pertenecen a ese otro universo y en ese otro universo las cosas deben ser así. Hacemos una suspensión de la conciencia de la realidad para trasladarnos a la realidad que trasciende del relato con el fin de aceptar el relato.

En verdad toda conversación, toda escritura nos obliga a ello, a suspender nuestra conciencia de la realidad para trasladarnos a la realidad que se presume en el relato que escuchamos o leemos. Muchas veces lo hacemos de forma inconsciente y aceptamos frases completamente absurdas con naturalidad. Incluso cuando el otro las ha emitido con toda la mala intención de demostrarnos que no le escuchamos o que le ignoramos. Cierto será unas veces, que no le escuchamos o que le ignoramos, pero otras simplemente hemos supuesto que en el contexto en el que insertaba aquel absurdo, debía de ser coherente, aunque ni siquiera nos preocupásemos de tratar de intuir cuales fueran las asunciones que requería para aceptarlo.

Los capaces de convencer por medio de la palabra son aquellos que construyen una realidad a su medida más coherente y convincente en la cual  sus afirmaciones resulten completamente ineludibles. Por medio de la palabra te hipnotizan  y te trasladan a asumir una serie de supuestos dentro de  los cuales es inevitable admitir aquello de lo que desean convencerte.

Toda discusión es en realidad una lucha entre magos que se lanzan conjuros (palabras) para conseguir que el otro se instale en la realidad en la cual sus afirmaciones son categóricas. Cuando termina la discusión y cada uno se vuelve para su lado, acaba el efecto de los encantamientos y cada uno vuelve a su propia realidad donde las afirmaciones del otro siguen siendo absurdas, exageradas, incoherentes o simplemente bobas.

Como lector asiduo de narraciones estoy habituado a asumir otras realidad, a suspender mi propia consciencia, y aceptar las afirmaciones del otro con naturalidad y hasta convencimiento. Hasta que el otro se marcha y recupero de nuevo mi propia atmósfera en toda su pureza. Es entonces cuando comprendo que debo haber sido hipnotizado para admitir sin el menor resquicio de dudas tales estupideces. Soy muy sugestionable, tal vez mi atmósfera es muy débil, es más susceptible de ser contaminada que de contaminar, pero también es una atmósfera autolimpiante, desaparecida la influencia recupero mi propia pureza y vuelvo a ver las cosas bajo mi propia perspectiva, que hasta ahora es la que mejor me sirve para moverme por el mundo. O eso quiero creer, que esto ya es otra historia.