miércoles, 27 de julio de 2016

Un largo día o Las desventuras de la virtud.

Un largo día o Las desventuras de la virtud.


Estaba curioseando por el facebook para distraer mis remordimientos porque no me decidía a terminar de papelear un asunto importante que el lunes debía estar ya dispuesto –tengo excusas: es viernes, no está el jefe, tengo resaca, es julio, y me excedí con el bocadillo del desayuno– cuando, de pronto, me salta un mensaje privado. Mayúsculas, infinidad de signos de admiración, un icono con los ojillos en espiral, la boca abierta, la lengua afuera y gotas de baba salpicándole: quiero tenerte entre mis piernas, ahora.
Yo, que soy de natural desconfiado, respondí: “¿me está usted llamando caballo, desconocida?”
Ella no se amilanó. “!!!veeen yaaaaa¡¡¡”.
No soy fácil de convencer. “No, no te conozco y soy muy cobarde”, pero por si acaso sea verdad: “bueno, vale, paso por casa, cojo la viagra y salgo pitando”. Respuesta: “yo tengo, no tardes”, y me suelta una dirección que anoto. Salgo a toda prisa no sea que el pánico me encole el culo al asiento y decida seguir trabajando.
...
Me abrió la puerta en pelotas  y me metió una pastilla en la boca sin decir nada. Me la tragué sin nada comprobar. Me arrastró hasta su cuarto y me fue rompiendo botones, tirando de cinturón. Antes de que me hiciera un cristo la ropa la ayudé sin romper nada más. La besé, la lamí, la mordí, me mordió, besó y lamió. Chupó, estiró, lamió, y aquello no subía. Me echó.

Mientras bajaba la escalera, me vestía. Y mientras me vestía iba notando el efecto de la pastilla. Me entró diarrea. Antes de llegar al portal ya me había cagado.

No podía hacer nada, salvo caminar con dignidad hasta el aparcamiento subterráneo. En el baño me aseé lo mejor que pude y lavé los pantalones lo mejor que pude. Los calzoncillos los tiré en la papelera. Mientras lavaba y lavaba empecé a notar el otro efecto de la pastilla. Un señor entró y se asustó al verme empalmado, medio desnudo, literalmente, lavando los pantalones en el lavamanos.

Regresó con el vigilante. Ambos malencarados. Me puse los pantalones mojados, di mis explicaciones, pagué el parquín y huí hacia el coche. En el coche me abrí la bragueta porque me molestaba la erección dentro de los pantalones mojados.

Volví al despacho, que a aquella hora estaba vacío. Entré por el garaje sin problemas de que nadie pudiera verme. Con la polla empalmada, durísima, dolorida, por fuera del pantalón.

Olvidé las cámaras de seguridad

Ya en el despacho. Tratando de serenarme. Suena el teléfono. El vigilante de guardia, con voz insinuante, me pregunta si puede “achuparme en algo”, literalmente. No comprendo...hasta que me miro la polla que me mira también a mí, insistente. “No, gracias”. Empiezo a masturbarme.

El semen sale disparado, me mancha la cara y algunos papeles importantes que tengo encima de la mesa, pero la erección no se baja.

En el sótano hay unos vestuarios con duchas. Bajo, me desnudo y me ducho con agua fría. Vuelvo a lavar los pantalones con una pastilla de jabón que alguien ha dejado. Oigo pasos.

Es el vigilante. Me pregunta, con apariencia seria, profesional. Le explico. No deja de mirarme la polla. “voy a tener que dar parte”, “¿es necesario?”.

Se lo traga todo y me manosea el culo y los huevos. Se ha desnudado completamente, “para no manchar el uniforme”. Lo ha doblado y colocado pulcramente en la taquilla. Se unta el culo con jabón mientras dice: “me va a costar un poco borrar el vídeo de la cámara en cuestión”. Me duele la polla.

Afortunadamente no insiste en que lo bese.

Saciado, hasta se porta bien. Me deja su ropa de calle. “Puedo volver a casa en uniforme”. Me confirma que es imposible borrar el vídeo de las cámaras. Sigo empalmado.

Llego a casa. Mi mujer está mirando la televisión. Me cambio de ropa antes de saludarla. Un último intento con agua fría. Es julio, agua templada.  Me duele.

Me siento junto a ella. Disimulo, pero me descubre. Tengo una mano sobre su muslo. “Este huevito quiere sal”, y me tienta la polla. Se sorprende. Se excita. Se inclina. No estoy muy colaborativo, me duele.

Después de un rato suspiro porque lo deja. Pero no. Se desviste, se coloca encima de mí. Se sienta... Mano de santo, noto cómo se apaga como al soplo una vela. Ella queda con gesto de desilusión profunda. “Lo siento”, miento hipócritamente. “Tómate una pastilla”, sugiere ella. 

viernes, 15 de julio de 2016

¡Tengo tetas!

Se despierta con ganas de orinar. Un fastidio, porque ya está a punto de sonar el radio despertador. Pero le desagrada permanecer en la cama con esa presión en la vejiga. Se levanta, va al baño y se sienta después de bajarse el pantalón del pijama. Espera, luego se levanta otra vez, se sube el pantalón y vuelve a la cama. Justo en ese momento empieza a sonar la radio. Música clásica. Ya es la hora de levantarse. Aún así no se resiste a entrar de nuevo entre las sábanas, un minuto, dos a lo sumo. Resignado se levanta otra vez a poner el café, a toda prisa, para volver a la cama durante los diez minutos que tarda en hacerse. Hoy no hay obstáculos, el bote del café está lleno, la cafetera está fregada, la vasija de agua está llena, la operación se hace sin problemas y en menos de cinco minutos ya está otra vez con la sábana hasta la barbilla. Le envuelve un duermevela delicioso con música clásica suave de fondo. Alguna ensoñación pasa volando. Recuerda a un tío buenorro que vio  ayer por la calle y se sorprende, ya estoy con mis veleidades gais, se dice, y sigue duermevelando intentando recordar alguna tía buenorra para compensar. Entre unas cosas, el calorcito de las sábanas, y otras, no sé qué ocurrencias en el subconsciente, le entra un cosquilleo y se arrima a la mujer. La mujer ronronea, un poco roncamente. Le busca las tetas y no se las encuentra, debe estar vuelta de espaldas. Tantea hacia la cara. Allí está la cara, ¿dónde están las tetas? Vuelve a bajar y explora. ¡No están! Baja más abajo ...¡dios, qué es esto! Da un respingo y salta de la cama. En el lugar de su mujer hay un tío. La mujer o el tío se despierta con el alarido que él ha dado. ¡Qué te pasa!, le pregunta sorprendormido. ¿Cómo que qué me pasa? ¡Tienes polla! ¡Pues claro que tengo polla!, ¿que has estado soñando? Y se incorpora en la cama; en efecto no tiene tetas. Es ella, es su cara. Aunque con un corte de pelo algo extraño. Y una forma no del todo reconocible. Es ella. Y esa voz, es la suya, pero no... no es la suya. ¿Qué te ha pasado? ¿Qué me ha pasado con qué? ¿Tengo algo en la cara? Y se tantea. Eres un tío, ¿no te das cuenta?, ¡eres un hombre! ¡Vaya por dios!, al fin te das cuenta después de veinte años! ¿Qué dices? Pues claro que soy un hombre, ¿qué querías que fuera?
Entonces él se calla. En confusión. En confusión de no estar en confusión, de parecerle todo aquello, tan confuso, normal. Poco a poco le va subiendo algo por el estómago, una intuición. Da otro grito y corre al baño. Enciende la luz. Allí está, en el espejo. Él es ella. Ahí están sus tetas. Ahí su cara, tan poco agraciada. Ahí su desastre de pelo. ...Ahí su coño. ¡Joder!, soy una mujer. ¿Pero qué es lo que has estado soñando? Sí que te ha dado fuerte. ¡Soy una mujer! Desde hace cincuenta años, querida. Y no de las peores. Trata él de consolarla. Se acerca, la abraza por detrás. ¿Has estado soñando que eras un hombre?, ¡qué gracioso! ¡Ayer yo era un hombre! Bueno, no puedo confirmarlo exactamente, ni antes de ayer, ni desde hace por lo menos un mes, pero si tú lo dices. Esto no puede ser. Se moja la cara. Se vuelve a mirar en el espejo. Él la abraza, le hace darse la vuelta. Cariño, ¿tú no estarás dormida todavía, verdad? ¿Estarás sonámbula? Y le da unos golpecitos en la cara. Ella se enfada. ¡Déjame! Él comprende que está seriamente preocupada. Tranquilízate, mujer. Habrá sido un sueño muy profundo. Voy a por el café. Quédate un rato ahí sentada a ver si se te pasa. Y se va a la cocina. Ella lo oye trastear con tazas, vasos, cucharas. Se va apaciguando. Comprendiendo. Debe haber sido un sueño. No. Imposible creer que todo lo que recuerdo haya sido un sueño. Toda una vida. Y de pronto, ahora soy mujer. Y, al parecer, es lo que he sido siempre. ¿Qué está pasando? Él regresa de la cocina. ¿Mejor? Cara de preocupación ahora. Venga. Tómate esto. Te traigo una aspirina. No sé para qué. La aspirina sirve para todo. ¿Estás más tranquila? Ella se acuerda de la niña. ¿Seguirá arriba? Sin decir nada, pero con serenidad, deja el café sobre la bandeja y sube a comprobar. En efecto, allí sigue. Todo sigue igual. Exactamente igual. Hasta la copa que dejó anoche sobre la mesita frente al televisor. Todo sigue igual salvo este pequeño detalle. Ayer ella era un hombre. Ayer él era una mujer. Pero él no parece haber notado absolutamente nada. Solo ella percibe esta transformación. ¿Cómo habrá podido suceder? Es imposible. Tiene que haber sido un sueño. Regresa al cuarto. Él se toma el café distraídamente. Cuando ella llega la mira. ¿Ya estás bien? Sí, sí. ¿vaya sueño, eh?, disimula ella. Y se sienta junto a él. Coge la taza y continúa bebiéndose el café. Él le echa el brazo por encima y la besa. Ella siente el beso con extrañeza. Raro. Entonces da otro respingo. Se lleva las manos al pecho. ¡Tengo tetas!
No tiene buena letra, pero se entiende el texto



martes, 12 de julio de 2016

Esoterismo

Lo que subyace a las lecturas que vengo haciendo últimamente, desde Papus, o Madame Blavatsky, Manly P. Hall, Graham Hancock, Louis Charpentier o José Luis Espejo, incluso alguna esporádica lectura del arqueólogo Pedro Bosch Gimpera (y alguna más que se me escapa) es que detrás de la relativa, si se quiere, homogeneidad de los mitos y dentro de la incomprensible monumentalidad de muchas construcciones antigua, desde las pirámides egipcias hasta las ciudades de Teotihuacán, Machu Pichu o Tiahuanaco, por mencionar las que siempre nos son familiares, y dejando atrás ciertas misteriosas construcciones en Japón –Yonagumi–, Angkor en Camboya, o pirámides aún no exploradas, o al menos no conocida su exploración en occidente, en China, etc., etc., etc., se codifica un mensaje, una información de carácter científico, en concreto relacionado con nuestra situación planetaria. Grahan, y algunos vídeos de Youtube que no recuerdo ahora –maldigo mi bajísima disciplina científica, tengo que acostumbrarme a anotar y describir todos los documentos que visite– se decanta por lo que sería una, algo así como advertencia de posibles peligros futuros del tipo: movimientos extraños del eje planetario, o desplazamientos bruscos de los polos magnéticos, o ciclos, tipo precesión o nutación, que provocan catástrofes naturales cada largos periodos de tiempo (recordar las aproximadamente cíclicas, pero al menos recurrentes, extinciones que, por diferente causa, han ocurrido a lo largo de existencia de vida en este planeta).
Esa información habría sido codificada por una civilización anterior a las más antiguas que admitimos razonablemente, sin necesidad de que sean extraterrestres o habitantes del inframundo, cuya «superioridad» cultural, es, sobre todo, relativa al resto de los habitantes del planeta en aquellos momentos, y, en cualquier caso, de carácter diferente a nuestra forma de entender la naturaleza y el concepto de progreso,  y que se habría extinguido a causa de una de estas hecatombes, las cuales, a pesar de su posible previsión, son inevitables, sobreviviendo unos pocos individuos que conservarían y acelerarían el proceso tecnológico-cultural del resto de supervivientes que aún estarían en una fase muy primitiva.
Los que estudian los documentos se decantan por una información matemática precisa que sería necesario descubrir estudiando los mitos y los monumentos mencionados, además de los que aún pudieran descubrirse (sí, aún se descubren cosas, hace poco dicen haber hallado localizaciones de ciudades mayas enterradas en la selva basándose en correlacionar las localizaciones de las ciudades conocidas con la disposición de las estrellas de determinadas constelaciones. Sin ir más lejos, hace unos pocos años se ha descubierto la atención que nuestros antepasados prestaban a sucesos como los solsticios y los equinoccios, y quien sabe si también pondrían su atención en determinadas estrellas, de esto todavía no me he enterado de nada).
Los esotéricos se decantan por una información de carácter más trascendental, más orientada a cambiar nuestras percepción del mundo, nuestro sistema cultural, que no solo estaría codificada en esos elementos, sino que  habría una enseñanza que sería transmitida directamente de unos seres humanos a otros, los cuales estarían integrados en sociedades secretas, y que serían los únicos competentes para «leer» adecuadamente esa información. Incluso relacionarían estas sociedades secretas con las diversas religiones y creencias desperdigadas por el mundo, que, a fuerza de ignorancia y superficialidad, habrían olvidado el verdadero sentido de estas enseñanzas, aunque, inexorablemente, y a pesar de la destrucción sistemática de documentos y evidencias, sobre todo debido a enfrentamientos entre las diferentes creencias, permanecería codificada en los más variopintos soportes que ellas siguen conservando, aunque ignorando su verdadero significado hasta que los «verdaderos iniciados» salgan de nuevo a la luz para interpretarlos y dar las soluciones pertinentes a los graves problemas del mundo.

Este, a mi juicio, es el fundamento de lo que podríamos denominar: disciplina esotérica. La cual, como otras disciplinas atrae a los más variopintos practicantes, desde los que la entienden como una alternativa científica de conocimiento del medio hasta los que la practican con fines meramente mercantiles buscando obtener beneficios inmediatos de su explotación interesada, bien vendiendo humo, bien buscando en ella, medios de acrecentar su «poder» (en un sentido lato) sobre los demás y sobre la propia naturaleza.
http://abajocomoarriba.blogspot.com.es/2015/05/el-mito-de-la-caja-de-pandora.html
(*)Una excusa para poner chicas medio desnudas. Supuestamente, Pandora satisfaciendo su curiosidad
(*)La imagen la he robado del blog Símbolos, Mitos y Arquetipos

lunes, 4 de julio de 2016

Una reflexión al hilo de las cosas

Para muchos de nosotros, gente común, mientras viven nuestros padres, vivir es una navegación de cabotaje(*). Navegamos en la vida sin perder la costa, la referencia de los viejitos que sabemos siempre ahí para echarnos una mano, aunque sea simplemente para volver y sentarnos en la cocina a mirar cómo mamá friega los platos del medio día mientras nos tomamos un café, o junto al viejo que fuma y fuma con la televisión encendida y haciendo un crucigrama.
Aunque nos independicemos y volvamos a casa solo por navidad, para recordar el célebre anuncio, seguimos siendo «hijos de»; volver siempre emociona, siempre nos queda esa sensación de que por lejos que naveguemos nunca perdemos de vista la costa. A través de nuestros padres mantenemos un vínculo, no sé, tal vez con nuestros antepasados, con la certeza de proceder de alguien o tal vez de pertenecer a un grupo. Con la seguridad de no estar solos en el mundo.
Cuando mueren nuestros padres, sea a la edad que fuere que nos pille ese evento, notamos esa sensación de perder la costa, esa sensación de, ahora sí, estamos navegando solos. Y como mínimo nos asalta un escalofrío de temor, el miedo a no saber hacerlo si ellos no están pendientes. Tal vez se nos quite pronto esta sensación, debido a la madurez que hayamos alcanzado y a la independencia que hayamos logrado, tal vez nos sintamos aterrorizados a pesar de ello y experimentemos una sensación de vértigo y desolación.
Es normal. Cuando mueren nuestros padres, nosotros pasamos a ocupar ese lugar tan, no sé, simbólico, del final de una cadena. Nosotros somos ahora el último de una larga cadena que enlaza a generaciones que nos precedieron con nuestros hijos, si es que los tenemos. Ahora somos, verdaderamente, adultos, padres, personas independientes y solas frente al mundo, ahora sí, dependemos de nosotros mismos. ¿Sabremos hacerlo?


Saludos, amigo.

(*) Son curiosas las metáforas que le vienen a uno a la cabeza. En la vida he navegado más allá del ferry y saliendo poco a cubierta para no marear. No tengo ni idea de artes de marinería, aunque en un tiempo me encantasen los relatos de navegación.