miércoles, 21 de septiembre de 2016

En una ciudad extraña

Caminé por la acera de aquel barrio desconocido, medio a oscuras, con cierto temor, aunque aún con la seguridad de no haberme perdido. En cuanto alcance aquella esquina seguro que veo la torre que me servirá de referencia para llegar al hotel.
Alcancé la esquina y doblé, pero era un callejón sin apenas iluminación. Al fondo una lucecita. Avancé sin mucha decisión. La lucecita era la de una farola amarillenta. El callejón terminaba en un muro. Al pie del muro algo se movía. Me acerqué.
Había dos ratas sentadas a una mesa, una frente a la otra, ante sendos platos pequeñitos que contenían..., comida debía ser, porque con las patitas delanteras manejaban unos diminutos cubiertos que utilizaban para seleccionar y cortar la comida, que se llevaban luego a la boca mientras se miraban una a la otra y hacían ruiditos chuiiic chuiiic chuiiic.
Cuando notaron mi presencia quedaron detenidas, como congeladas mirando hacia mí. Una con una patita en el aire sosteniendo aún el cubierto en el acto de llevárselo a la boca, con un trocito de algo pinchado en él. La otra con ambas patitas sobre la mesa, una de ellas muy cerca de un trozo de pan. Hasta la vela pareció congelarse en su danza de fuego.
Retrocedí muy muy despacito.

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