lunes, 1 de mayo de 2017

Primero de Mayo, día de la hermandad obrera. Notas al azar



Era un pequeño grupo que cabía holgadamente en la Plaza de Santa Ana.Mucho rojo,solo roto por el advenedizo morado. Desperdigados por toda la plaza, se alzan carteles y pancartas, banderines y camisetas. Uno de los temas centrales es la nueva ley de suelo de canarias, ese nuevo orgasmotrón concertado por el gobierno regional para satisfacer el onanismo empresarial, supongo que para distraerlo de la sistemática violación de la persistente inocencia del pueblo ejemplificada en el último caso de proxenetismo con adolescentes. Otros temas son más generales, el armazón podrido de esta nuestra España, la tercera república, etc. Todo expresado con palabras viejas como obrero, solidaridad, precariedad, empleo de calidad.
La mayoría de los manifestantes se arracima hacia el ayuntamiento, hacia las escaleras, alejándose de la catedral. Las escaleras permiten a los arengadores alzarse un poco por encima de los oyentes. Estos se reúnen alrededor formando un círculo delimitado por las pancartas. Los arengadores leen unos textos viejunos, llenos de palabras tan gastadas como las oraciones de misa que ya no significan nada. "Los ataques a la clase obrera", "trabajadores y trabajadoras", "nuestra fuerza como clase", "desmantelamiento de la clase media", "lucha obrera". No es gratuita la comparación,  esto parece una misa solemne, a la sombra de la catedral, con sus próceres a la cabeza leyendo oraciones que ya han perdido su signifcado en la mente de los oyentes, de tanto uso idéntico y repetido con las mismas expresiones, palabras repetidas, gestos repetidos, hechos repetidos. Terminan con la solemne y conjunta entonación de la internacional, brazo en puño alzado de rigor, que sirve a modo de bendición. Algunos, insatisfechos, vuelven a repetirla eufóricos. Visto desde fuera esto es lo más parecido a un perro lamiéndose las pelotas.
La revolución se ha institucionalizado, ya no es una esperanza física sino metafísica en la que nadie cree; ya solo pueden creer en las palabras, los gestos, la emoción del momento en común, con pancartas y banderines que nada significan.

Y mientras, como en las películas de Berlanga al paso de los entierros, los turistas en Triana sentados en las terrazas disfrutando del magnífico día ante una cervecita atendidos por serviciales camareros


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